
El mundo observa el desarrollo de China con una mezcla de admiración, curiosidad y aprensión. Desde proyectos de infraestructura masivos (como plantas hidroeléctricas y una moderna red ferroviaria de alta velocidad) hasta el surgimiento de ciudades enteras construidas desde cero, el país exhibe una ambiciosa estrategia de crecimiento y una impresionante capacidad de ejecución. Sin embargo, este rápido progreso también trae consigo desafíos significativos y marcados contrastes. Por un lado, la modernidad se afirma en rascacielos futuristas y tecnología de vanguardia; por otro, sigue existiendo una necesidad apremiante de preservar el rico patrimonio cultural e histórico del país, reflejado en templos antiguos, palacios imperiales y ciudades históricas.
El rápido crecimiento urbano también ha traído consigo problemas como el hacinamiento, la contaminación ambiental, el aumento de la desigualdad social y la pérdida de tierras agrícolas. La urbanización a gran escala ha provocado la desaparición de pueblos tradicionales, la degradación ambiental y la homogeneización de la arquitectura y los estilos de vida en muchas ciudades chinas. Es en este contexto en el que Liu Jiakun, galardonado con el Premio Pritzker 2025, destaca por su planteamiento arquitectónico sutil pero profundamente transformador. Su obra responde a estos y otros retos de la sociedad china al tiempo que valora los materiales y las técnicas tradicionales, así como la creación de espacios comunitarios.