Cuando se proyecta un edificio, un pensamiento recurrente suele ser el de cuánto durará en el tiempo. Y es que una vez el edificio finaliza su construcción y abre sus puertas al usuario, comienza su etapa de vida útil, y poco a poco irá construyendo su legado. Entra en juego entonces la cuestión de cómo será recordado, de cuál será la huella de este edificio en nuestros recuerdos: memoria arquitectónica. Y al igual que la memoria humana, la arquitectónica es caprichosa. Los edificios se olvidan como se olvidan recuerdos.
La arquitectura madrileña hace un buen uso del recuerdo. Estilos propios de su arquitectura más histórica siguen hoy en pie y en pleno uso de sus facultades. El neomudéjar, por ejemplo; llegó para quedarse a finales del siglo XIX, y a día de hoy son muchos los ejemplos latentes que siguen siendo epicentros de la ciudad, albergando usos como hospitales, universidades, colegios, asilos, centros culturales o museos.