Cuando se proyecta un edificio, un pensamiento recurrente suele ser el de cuánto durará en el tiempo. Y es que una vez el edificio finaliza su construcción y abre sus puertas al usuario, comienza su etapa de vida útil, y poco a poco irá construyendo su legado. Entra en juego entonces la cuestión de cómo será recordado, de cuál será la huella de este edificio en nuestros recuerdos: memoria arquitectónica. Y al igual que la memoria humana, la arquitectónica es caprichosa. Los edificios se olvidan como se olvidan recuerdos.
La arquitectura madrileña hace un buen uso del recuerdo. Estilos propios de su arquitectura más histórica siguen hoy en pie y en pleno uso de sus facultades. El neomudéjar, por ejemplo; llegó para quedarse a finales del siglo XIX, y a día de hoy son muchos los ejemplos latentes que siguen siendo epicentros de la ciudad, albergando usos como hospitales, universidades, colegios, asilos, centros culturales o museos.
Un estilo sutil, manierista en los detalles, y cuyo sello arquitectónico fue el sabio juego, formal y constructivo, del ladrillo. Son muchos los ejemplos de la salud de dicha arquitectura en la ciudad madrileña, pero sigue habiendo estragos del peor de los olvidos: el abandono. El Frontón del Beti-Jai es un claro ejemplo de dicho sacrificio arquitectónico.
La Sociedad Arana, Unibaso y Cía decidió construir en 1891 un edificio para el juego de la pelota vasca en la capital. De nombre Beti-Jai (del euskera Siempre Fiesta), el edificio fue concebido como un sinónimo de animación, de alegría, de bullicio y de juerga. El campo de juego de los pelotaris era de 11m de ancho y 67m de largo. Estaba cercado, frontal y posteriormente, por dos volúmenes: el cuerpo principal, de tres pisos y fachada a la calle Marqués de Riscal, estaba destinado a vestíbulo principal y salones de descanso, además de otras funciones; el cuerpo secundario posterior, de igualmente 3 pisos de altura, albergaba las habitaciones de los pelotaris y diferentes servicios del recinto. Ambos volúmenes estaban unidos por galerías al aire libre, donde la gente disfrutaba el partido sentada en sillas, gradas, palcos y plateas.
El neomudéjar está presente en la fachada que da al interior del Frontón y en la fachada posterior. El ladrillo, labrado con gran maestría, es el protagonista. Los juegos de volumen y los contrastes de luz y sombra son conseguidos mediante un repertorio arquitectónico: pilastras, óvalos, arcos ciegos de herradura, dibujos geométricos, etc. El ladrillo es combinado estructuralmente con el acero en la galería de los espectadores, con finos elementos de apoyo y barandillas ciertamente inspiradas en lo árabe.
Sin embargo, no sólo fue utilizado como recinto deportivo durante sus años de mayor reconocmiento. Se tiene constancia, gracias a la prensa de la época, que albergó competiciones hípicas; fue Centro de Ensayos de Aeronáutica; y se utilizó como Centro de Academia Militar Voluntaria durante la Primera Guerra Mundial. El recinto fue vendido en 1919 y destinado al cobijo, en su cancha, de cocheras y garajes. Este será el inicio de su degradación: en los años siguientes sirve como taller mecánico, comisaría y cárcel durante la Guerra Civil, fábrica de escayolas, infravivienda en forma de corrala improvisada y plató cinematográfico, entre otros.
A finales de los años 90, los pabellones de la capital que por aquel entonces albergasen un taller de coches, fueron derribados tras el cese de actividad. Desde entonces hubo múltiples intentos por derribar el Beti-Jai, infundados principalmente por la situación estratégica que el solar ocupa: situado en el barrio de Almagro, a escasos metros del Paseo de la Castellana.
Actualmente, si bien el estado es bastante malo, la ligera pero sólida estructura de ladrillo no corre peligro de colapsar. Únicamente peligra la cubierta de madera, que se mantiene tal y como se construyó en 1893. Son muchos los intentos fallidos por salvar el emblemático edificio: su protección como Edificio Singular de Nivel 1 Grado 5º (máxima protección posible) en el PGOUM de 1997, la Proposición de Ley de 2006 de la Asamblea de Madrid para su restauración y recuperación, y su final declaración como Bien de Interés Cultural en el BOCM del 9 de Febrero de 2011, en la categoría de Monumento. Cabe mencionar también la destacable lucha proactiva en la defensa del Beti-Jai por parte del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid en 1976, aportando un informe técnico del deplorable estado del edificio, a día de hoy reflejada en plataformas sociales como “Salvemos el Frontón Beti-Jai de Madrid”, fundada en 2008.
Todos estos intentos de redención se ven agradecidos a día de hoy. Tras su expropiación forzosa en 2011, el Ayuntamiento de Madrid compró el recinto por el precio de 7,3 millones de euros en 2015. Se inició entonces una primera etapa de consolidación estructural, contando con un presupuesto de 2,8 millones de euros. Un año después, se inició la cometida de la obra. Esta segunda etapa, ya finalizada en nuestros días, contó con un presupuesto de más de 11 millones. En el verano de este año 2018, se abrió a concurso público la adecuación y rehabilitación del edificio Beti-Jai.
Se abre el camino para intervenciones arquitectónicas que entremezclen dos épocas, que trabajen con el recuerdo de lo que el edificio ha sido y la novedad de lo que será. Un puente temporal desde el primer ladrillo que inició su construcción allá por 1891, hasta la última viga o pilar que conformen proyectos venideros. Esta conjunción de épocas, de estilos, pasará a ser uno más dentro del catálogo arquitectónico madrileño actual, viéndose reflejado en actuaciones similares como la del Matadero de Madrid o la Casa Encendida.