Cuando uno piensa en espacios públicos, difícilmente se le viene a la mente una piscina. Los espacios públicos son el centro de la vida cívica, lugares donde la mayoría de las interacciones, actividades y comportamientos siguen estrictas normas sociales y culturales para garantizar la seguridad y comodidad de todos los usuarios. En contraste, nadar y bañarse representan algo más íntimo y primordial, una experiencia sensorial distinta a cualquier otra. Además de los beneficios para la salud, el acto de flotar en el espacio crea una ruptura con la vida cotidiana y sus limitaciones.
Como espacios sociales, los baños públicos y las piscinas ofrecen una experiencia aún más inusual. Aquí, las normas y reglas de conducta habituales ya no se aplican. La desnudez social se convierte en la nueva norma y, a medida que la gente se quita la ropa, también pierde sus marcadores de estatus, transformando la piscina en un oasis igualitario. A lo largo de la historia, estos espacios a menudo desacreditados ofrecieron una experiencia social intensificada, fomentando conexiones y aportando un nuevo elemento a los densos entornos urbanos. Como tipología presente desde la antigüedad, los baños públicos y las piscinas también han sido un espacio disputado, como manifestación de temas difíciles como la segregación de género y racial, la gentrificación y la vigilancia en contraste con la libertad que prometen.