Hace exactamente un año, un sismo de magnitud 7.1 sacudió a por lo menos nueve estados de México dejando diversas zonas gravemente afectadas dentro de la Ciudad de México, Puebla, Morelos, Oaxaca, Veracruz, Tlaxcala, Guerrero y el Estado de México. Son doce meses los que han transcurrido en una lucha constante por reparar los vestigios de aquella pesadilla que inundó las calles en donde con día, renacía la esperanza de un fenómeno social que detonó comunidades efervescentes que brotaban para levantar las construcciones que nos conformaban.
Sin duda el 19S representó un momento clave para recordarnos lo frágiles que somos, pero también lo fuertes que podemos llegar a ser cuando se trabaja conjuntamente. Nos recordó la importancia de poner el cuerpo en el sitio y de dialogar para encontrar las soluciones adecuadas de las comunidades y nos hizo repensar el funcionamiento de las ciudades así como de sus periferias, pero sobre todo nos hizo repensar nuestra práctica como arquitectas y arquitectos. Entendimos crudamente cómo funciona la política y el poder del país, se generó una verdadera crítica que asomaba las fracturas que dejó la corrupción y nuestra escasa preparación para este tipo de desastres naturales. El 19S fue, entre muchas otras cosas, un recordatorio de dónde estamos parados y nuestro deber como habitantes de este territorio.