Ser parte de lo cotidiano es una forma de encontrarnos a nosotros mismos, desde aquí podemos empezar a definir nuestra identidad. Este quehacer diario se convierte en reflejo artesanal de lo que somos como entidad de nuestra localidad, vinculado a otros en el encuentro diario y la interacción que da validez a todas las formas de hacer.
Desde esta idea es que el pabellón no nace, más bien vuelve a aparecer una vez más frente a nosotros; ese lugar protegido del viento y la lluvia que nos permite seguir haciendo, junto a otros, lo que sabemos hacer. Comprender el patrimonio humano es ser uno más en el quehacer diario de un lugar, emerger como parte de ese cúmulo de atmosferas locales que nos permite entender que siempre hay algo construyéndose en un interior.