"Al principio", cuenta Gillot+Givry, "queríamos diseñar una arquitectura que -como los tradicionales salones de té japoneses-, no esté marcada por una función específica". Este proyecto nace, sin duda, de un aforismo. ¿Qué respuesta se puede dar a este paradójico deseo? Una vez que se restan los pocos elementos que definen este espacio, ¿qué queda? Un espacio vacío y este es el punto. Este vacío es hábilmente terminado, tan hábilmente definido que se abre a nuevos universos imaginativos y, a través de la aspiración, da lugar a ricas manifestaciones artísticas.
Desencantados con las políticas culturales actuales que saturan los espacios de exposición, los arquitectos de Gillot+Givry han inventado un nuevo espacio: una mini-galería, una estación que se puede ajustar y multiplicar hasta el infinito, un vehículo de la materia que puede ser transportado a las ciudades, páramos, cumbres y hasta la costa.
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