Este artículo fue publicado originalmente en Common Edge como "What We Can (and Can’t) Learn from Copenhagen" (Lo que podemos (y no podemos) aprender de Copenhague).
Recientemente pasé cuatro días gloriosos en Copenhague y me fui con un caso agudo de envidia urbana. (Me quedé pensando: es como...Portland pero americano, excepto que mejor.) ¿Por qué no podemos hacer ciudades como esta en los Estados Unidos? Esa es la pregunta que hace un nerd urbano como yo mientras pasea por las famosas calles peatonales, mientras hordas de daneses increíblemente rubios y en forma pasan enérgicamente en bicicleta.
Copenhague es una de las ciudades más civilizadas del planeta. La "más habitable" del mundo, como a menudo se le llama, con alguna justificación. (Aunque un pariente danés me advirtió: "Pasa unas semanas aquí en enero antes de hacer esa declaración"). Pero la cortesía aparentemente sin esfuerzo, el asombroso nivel de gracia de Copenhague, no es un accidente de lugar o casualidad. Es el producto de una creencia compartida que trasciende el diseño urbano, a pesar de que la ciudad es un verdadero laboratorio para casi todas las mejores prácticas en el campo.