Tras viajar dos horas en una camioneta, los estudiantes del taller Con lo que hay de la UTI-Quito llegan al poblado de Pacto. La lluvia ha sido torrencial y ahora las nubes espumosas viajan al oeste devorando las montañas frondosas. Hacia donde se mire, todo es verde. En cada vuelta que daba el furgón por la carretera camino a Pacto, los estudiantes querían detenerse para tomar fotografías y quedarse mirando por horas una geografía tan cercana y lejana a su ciudad.
Los chicos, acompañados de Lorena, Cynthia y Kik -arquitectos fundadores de la oficina ENSUSITIO-, se sientan a conversar con los profesores de la Unidad Educativa 24 de Julio, el colegio de Pacto. Escuchan su historia, sus necesidades y las inclemencias del clima. El calor aturde en las salas de clases y los alumnos piden que les enseñen afuera, en el campo. No aguantan el sopor y se quedan dormidos.
Detrás de las salas, un barranco lleva a una cancha de fútbol invadida por la maleza, las plantas y los árboles. El barranco enmarca una vista privilegiada hacia esa misma geografía frondosa que los estudiantes intentaban capturar con sus cámaras arriba de la camioneta.
Como una revelación, la respuesta por parte de los estudiantes era obvia: había que sacarle el máximo partido a la vista. Todos empiezan a imaginar su propio mirador, pero Rafael Capelo, docente e inspector general, les interrumpe. "No nos interesa la vista. Vemos esto todo el día y tenemos necesidades más urgentes”.