No es nada personal con el color amarillo, pero seamos sinceros: estábamos saturados de la monotonía.
Amamos el amarillo, pero no cuando es usado sin gusto y con corrupción. Nos gusta el amarillo tan natural en Lima como el de la imagen que encabeza este texto; ese de tono tierra, el de cada atardecer, el que brilla como el sol. Estos últimos años nuestra ciudad ha estado forzosamente invadida de este color: escaleras amarillas, puentes amarillos, muros amarillos, rejas amarillas… quizás demasiado. Y si ciertas obras no eran amarillas en sí, las intenciones detrás venían cargadas con un tufillo de esa tonalidad.