Hace no mucho tiempo leíamos en uno de los textos ganadores del Concurso Nacional de Crítica: “En Chimbote, la ciudad que creció dándole la espalda a su bahía, formada por la búsqueda de una vida económicamente productiva, no hay mucho que hacer, no hay mucho con lo que divertirse. Y esto no solo por la poca oferta de locales para actividades culturales o de recreación, sino porque en la misma calle, en el espacio público, no hay mucho con lo que encontrarse. Parece difícil que esta situación cambie a la hora de construir la ciudad (…) en una ciudad que se volvió aburrida, útil solo para una precaria producción económica, en la que la calle es solo un espacio de tránsito, de ir y venir sin mayor emoción (…). Ojalá que el aburrimiento no nos quite la capacidad de imaginar nuevas formas de crecimiento para nuestra ciudad”. Una severa y retadora crítica hacia el devenir.
Ahora, este proyecto aparece como una respuesta mostrando otras formas de ver, vivir y crecer para esta cálida ciudad de la costa norte del Perú. Es una forma de redescubrir un emocionante Chimbote de colores, y es lo que nos da gusto presentar y destacar en esta publicación: la contracara, las acciones de reacción frente a las críticas o precisamente lo que un pensamiento crítico puede llegar a hacer. Además de ser –un respiro– un ejemplo replicable de pequeñas grandes obras a ejercer en ciudades de otras partes del país, que no sean Lima.