Según Plinio, los doctores que atendían al emperador romano Tiberio le recetaron al mismo el consumo diario de un fruto de la familia de las Cucurbitaceae. Para cultivar frutos como el melón y pepino -pertenecientes a esta familia- durante todo el año en su isla natal de Capri, Tiberio dirigió la construcción de una gran obra: "[Hizo] erguir unas plataformas hechas de marcos sobre ruedas, por medio de las cuales los frutos eran desplazados y expuestos al pleno calor del sol; mientras que, en invierno, eran retirados, y puestos bajo la protección de marcos 'vidriados' con piedra”.
Así comienza el libro The Conservatory: Gardens Under Glass. Ilustrando su texto con una fotografía impresionante, los autores Alan Stein y Nancy Virts, cofundadores de los Invernaderos Tanglewood de Maryland, estudian la evolución de estas estructuras en Europa, América del Norte y, finalmente, en el mundo. El invernadero, consecuencia directa del comercio internacional, el imperialismo y la innovación, representa un salto histórico en el vínculo entre la arquitectura y el paisajismo, logrando extender las temporadas de cultivo mediante la manipulación del sol y la temperatura.
Luego de la obra de Tiberio, la siguiente gran innovación en materia de invernaderos no se produjo hasta la llegada de las naranjas a Europa a finales del siglo XV. Las estructuras de madera y piedra llamadas “orangeries” protegían a los cítricos de las bajas temperaturas. Si bien en un principio estas construcciones eran meramente funcionales, los mismos comenzaron a volverse cada vez más extravagantes, alcanzando la máxima opulencia en el siglo XVII en el Versalles de Luis XIV. Allí, el invernadero, de 492 pies de largo y 42 pies de alto con ventanas dobles y paredes gruesas, le dio abrigo a más de 1.000 naranjos.
A pesar de este avance, un "ordinario invernadero de piedra y cristal" no era adecuado para Hugh Percy, el tercer duque de Northumberland, quien requería de una estructura más refinada para albergar su colección de plantas exóticas: "el dividendo floral del imperio global en expansión de Gran Bretaña".
Afortunadamente, los avances industriales del siglo XIX ya se estaban comenzado a imponer. Los nuevos métodos de fabricación del vidrio y el metal hicieron que este tipo de estructuras fueran más asequibles, pues su estandarización aumentaba la velocidad de producción y reducía los tiempos de construcción. Con todo esto en mano, en 1827 Charles Fowler diseñó el Gran Invernadero para el Parque Syon de Percy en Inglaterra, una estructura de hierro cubierta por innumerables paneles de vidrio: el primer invernadero tal y como lo conocemos.
La innovación material acarreó también un cambio en las intenciones. En lugar de jardines para el placer de los ricos, los invernaderos también se convirtieron en centros de investigación para estudiar el valor medicinal e industrial de las plantas que albergaban. La Casa de las Palmeras (The Palm House - 1848) del Real Jardín Botánico de Kew en Inglaterra, encarnó particularmente esta transición. El invernadero no sólo representó el primer uso estructural del hierro forjado a gran escala, sino que también era el primer espacio de este estilo con libre acceso para el público. El centro de investigación de Kew sirvió como modelo para numerosos invernaderos de todo el mundo.
Si se considera que la Casa de las Palmeras marcó un punto de inflexión en el uso del hierro forjado, el Palacio de Cristal (Crystal Palace), diseñado por Joseph Paxton, haría lo mismo con el vidrio. Construida para ser una enorme Sala de exhibición en la Gran Exposición de 1851, la "revolucionaria estructura modular" ocupaba 19 acres y alcanzaba una altura de 168 pies -de hecho, fue construida sobre varios olmos presentes en el sitio, los cuales quedaron incorporados al espacio interior-. La inmensa cantidad de vidrio utilizado fue posible gracias a la producción de grandes paneles de manera industrializada, aspecto que permitió la uniformidad, la asequibilidad y la rápida instalación de los mismos. Después de que la Gran Exposición Internacional acogiera a más de 14.000 expositores y 6 millones de visitantes, un aluvión de invernaderos inundó el mundo. La luz del Palacio de Cristal, su espacio abierto y continuo, la relación entre el interior y el exterior y la relativa sencillez de su construcción, influyeron posteriormente en diversas arquitecturas.
En la segunda mitad del siglo XIX, surgieron en toda Europa invernaderos a la escala, cada vez más elaborados en forma y detalles. Sirviendo como "un medio para que los ricos se den sus gustos y para que las universidades investiguen”, aparentemente ofrecían una aceptable muestra de riqueza. Se podría decir entonces, que la influencia del diseño de los invernaderos británicos surgió en el Chateau Lednice de la República Checa (1845), de la Casa de las Palmeras (1880) y del Palacio de Schönbrunn en Viena.
Los norteamericanos también replicaron el modelo del invernadero británico. No tenían un imperio, pero tenían su propia marca de colonialismo, y, "como los europeos, los americanos también necesitaban lugares para conservar y estudiar lo que habían encontrado". Nueva York construyó su propio Palacio de Cristal (1853); San Francisco erigió su Conservatory of Flowers (1879); y Pittsburgh, el Invernadero Phipps (1893). Las construcciones se integraron dentro del movimiento City Beautiful, donde parques románticos incluían a menudo invernaderos, como los de Baltimore y Chicago.
Si analizamos esta progresión, como señalan Marc Hachadourian y Todd Forrest en la introducción del volumen, podríamos decir que "la historia del diseño de los invernaderos es la historia de la obsesión de la humanidad por cultivar plantas raras, exóticas, útiles y hermosas". Como tal, es a menudo una historia de la élite, ya que aquellos que poseían los medios para obsesionarse con tales plantas han sido, generalmente, personas con poder y riqueza. Pero también, como tal, la historia del diseño de los invernaderos es tanto de aquellos que trabajaron en la construcción de los mismos -los trabajadores de las fábricas de la revolución industrial- como de los territorios de donde las plantas fueron arrebatadas al ser "descubiertas".
Los autores no evitan la innegable historia imperial detrás de los invernaderos. De hecho, destacan que, en la época de los orangeries, la principal diferencia entre las versiones europeas y americanas era su fuerza de trabajo: Los invernaderos americanos fueron construidos y mantenidos por personas esclavizadas. Sin embargo, este volumen ofrece algunas otras revelaciones de este tipo. Como escribe Kofi Boone, FASLA: "¿Qué pasaría si el paisajismo sevdiseñara con algún tipo de distinción según las dinámicas de raza, clase, género y poder?" El Parque Druid Hill de Baltimore, en el que se encontraba el Invernadero Peters Rawlings (1888), poseía instalaciones recreativas segregadas para individuos negros y blancos hasta la década de 1950. ¿Qué influencia tuvo esta división racial en la experiencia de los visitantes del invernadero?
Mientras luchamos por trazar nuevos hábitos superadores de nuestro pasado imperial y colonial, la historia de los invernaderos también nos plantea preguntas respecto a sus propósitos actuales. La mayoría de las estructuras históricas se han destinado, con razón, a la educación y la investigación y, junto con las de nueva construcción, se han convertido en líderes de los esfuerzos medioambientales y administradores de la biodiversidad. Kew, por ejemplo, ha desempeñado un papel fundamental en la protección del Taxus wallichinana, una planta nepalí de la que se deriva un fármaco anticancerígeno. Sin embargo, estas iniciativas también pueden considerarse como una encarnación contemporánea de la misma visión problemática del mundo que dio origen a las estructuras: una perspectiva que recoge, "protege", controla y sistematiza el exótico “Otro”.
Las estructuras modernas, al igual que sus antecedentes históricos, son un ejemplo de los avances tecnológicos y las tendencias. El Princess of Wales Conservatory de Kew (1989), una moderna institución de investigación, fue reconocido por su desempeño en materia de conservación de energía. Los dos Invernaderos del Parque André Citroën (1992) en París se mantienen en pie a través de cables tensados que sostienen sus pieles de vidrio. Amazon's Spheres (2018) en su sede corporativa en Seattle lleva la naturaleza a sus empleados para que puedan "pensar de forma más colaborativa y creativa" (ciertamente hay interpretaciones mucho más cínicas).
Y sin embargo, ¿qué pasaría si un invernadero moderno estuviera arraigado y respetara el lugar y la cultura, en lugar de explotarlos? Uno de los pocos invernaderos del Hemisferio Sur del libro, Gardens by the Bay (2012) de Singapur, ofrece un ejemplo parcial. El cambio climático es el centro de atención en su “Bosque Nuboso”, donde el visitante asciende a la Montaña Nubosa de espesa vegetación de 135 pies de alura. El camino serpentea a través de diferentes secciones, entre ellas "Mundo Perdido", "Revisión de la Tierra" y "+5 Grados", cada una de ellas revelando los efectos calamitosos de un cambio climático en las plantas.
Las alteraciones antropológicas del planeta pueden haber alterado por sí mismas los propósitos originales de los invernaderos. Nuestra antigua obsesión por cultivar plantas fuera de sus sitios originarios –en parte una fuerza que motorizó la crisis climática- ha resultado ser un bálsamo preventivo: el invernadero moderno conserva el “germen” de la tierra que alguna vez fue.
De hecho, desde el punto de vista actual, una visita a un invernadero parece algo del pasado. En la era Covid-19, ¿Quién elegiría una naturaleza interior por sobre la exterior? Pero este momento probablemente pasará y este libro viene la presentar argumentos convincentes sobre su papel en nuestro mundo contemporáneo. La pasión de los autores por las estructuras y su admiración por la asiduidad necesaria para levantarlas y cuidarlas convencerá al lector de su magia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Dirt.