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Belén Maiztegui
Editora Externa de ArchDaily en Español. Estudiante de Arquitectura en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA). Instagram | @belenmaiztegui
Muchos arquitectos y arquitectas han sabido difuminar los bordes de la disciplina y trasladar sus conocimientos en materia de diseño y proyecto a otros campos tangenciales a la arquitectura. Con la tecnificación, el desarrollo material y la posibilidad de producir objetos y muebles utilitarios de manera industrial, muchos profesionales, paralelamente al ejercicio de su arquitectura, decidieron volcarse a explorar el campo del diseño de mobiliario, objetos y productos varios que, siguiendo el espíritu de la época, pudiesen colaborar a mejorar la vida cotidiana de las personas y dar respuesta a los nuevos cánones estéticos y los nuevos modos de habitar.
En arquitectura, los desniveles internos muchas veces son consecuencia directa de las condiciones topográficas del terreno. En este caso, los espacios interiores –y sus múltiples desniveles- son el reflejo de las estrategias de diseño adoptadas para permitir que los edificios se amolden a las diferencias de altura del suelo –es común, por ejemplo, encontrar proyectos escalonados en lotes con fuertes pendientes, montes o acantilados-. Además de este primer condicionante, la incorporación de desfasajes y desniveles en los interiores también puede adquirir un carácter funcional, permitiendo segmentar los espacios de manera virtual, cortando el plano horizontal a través de medios niveles más altos o semienterrados –así, por ejemplo, un espacio que se ha rehundido o elevado 50 cm respecto a su contiguo, aparece como un sector diferenciado sin necesidad de incorporar muros u otros cerramientos-.
Para poder responder a los requerimientos del día a día y permitir el correcto desarrollo de las funciones domésticas, los espacios interiores y exteriores de una vivienda requieren de cierto equipamiento – por más mínimo y esencial que este sea. En muchos casos, la selección y el diseño del mobiliario que complementará el proyecto de arquitectura queda relegado a una etapa “post-constructiva” - y, en general, a cargo del propio comitente.
Pero para ciertos arquitectos, el diseño del equipamiento es considerado como parte del proyecto y, aprovechando la plasticidad y docilidad de ciertos materiales, optan por resolver el mobiliario de sus espacios interiores de manera conjunta con la arquitectura. En sus proyectos, los bancos, las estanterías y las mesadas se unifican al lenguaje del espacio, desplegándose de manera escultórica y continuando la superficie de los pisos, los muros y los tabiques.
En los proyectos de vivienda colectiva, apartamentos y conjuntos residenciales, las intenciones proyectuales respecto a las espacialidades o las atmósferas suelen concentrarse en los espacios donde los habitantes pasan la mayor parte de su tiempo: el interior de las unidades de viviendas y, de haberlo, los sectores de uso común –gimnasios, salones de usos múltiples, etc-. Los espacios de circulación, en cambio, son tomados como “zonas de paso”, por lo que muchas veces terminan respondiendo más a cuestiones funcionales que espaciales.
Si bien muchas de las viviendas construidas durante el movimiento moderno, a modo de ensayos proyectuales sobre los nuevos modos de habitar, fomentaron una aparición temprana de los "híbridos programáticos", asociando de manera usual las viviendas de artistas, pintores o arquitectos con sus espacios de trabajo –basta con recordar, por ejemplo, el atelier que Le Corbusier diseñaría para el pintor Amadee Ozenfant en el año 1922 -, hoy en día, los nuevos modelos laborales y la hiperconectividad han favorecido aun más el desarrollo de una nueva tipología que considera que los espacios de trabajo pueden formar parte de la arquitectura de carácter residencial. Arquitectos, escritores, fotógrafos, diseñadores y pintores elijen, cada vez con mayor frecuencia, integrar sus estudios y talleres a sus viviendas, fusionando en un único conjunto el habitar con el trabajar .
El ingreso de luz natural, la mejora de las condiciones de ventilación y la posibilidad de potenciar la conexión con la naturaleza sin que esto implique una pérdida de la privacidad, han generado que los patios internos se transformen en elementos adoptados e incorporados con frecuencia en muchos planteos arquitectónicos.
Los patios interiores se caracterizan por ser zonas descubiertas o semicubiertas, localizadas en el interior de los edificios y con sus perímetros delimitados por paredes, galerías u otros elementos. Estos espacios, exteriores pero contenidos, cumplen en muchos casos un rol crucial en la configuración y organización de la planta de los proyectos y, en algunos casos, representan el único punto de conexión de los usuarios con el exterior.
A simple vista, construir una piscina en un borde costero podría parecer una decisión poco estratégica ¿por qué alguien elegiría bañarse allí teniendo la inmensidad del mar o el río a unos pocos pasos? Sin embargo, a pesar de nuestra primera intuición, en muchos casos estas construcciones son percibidas como infraestructuras realmente significativas por personas con movilidad reducida, niños u otros actores para los cuales los cuerpos de agua naturales pueden representar espacios inseguros. Desde esta perspectiva, las piscinas costeras se presentan como dispositivos de conexión que vinculan a las personas y el paisaje, habilitando el uso de los territorios marítimos y fluviales para que nuevos actores puedan disfrutar del agua de manera segura, sin sacrificar las vistas hacia el horizonte acuático.
Generalmente, se conocen como bloques de termoarcilla a los ladrillos cerámicos fabricados a base de arcilla y agregados secundarios (que suelen ser esferas de poliestireno expandido u otros materiales granulares). Estos agregados secundarios poseen un papel muy relevante en la producción del mampuesto ya que, durante su cocción (que se realiza a más de 900 °C), los mismos atraviesan un proceso de gasificación que le otorga porosidad al material, disminuyendo la densidad del bloque y aportándole ligereza (a raíz de esto, en algunos países se los conoce popularmente como bloques de arcilla aligerada). Esta condición porosa es la que permite mejorar ciertas condiciones del bloque como su aislamiento térmico y acústico, incrementando sus ventajas respecto a otros materiales similares.
La progresiva desindustrialización de las ciudades, ya sea por cambios en las normativas de protección ambiental -en términos de ruido y emisiones- o por el aumento del valor del suelo, ha provocado un sistemático desplazamiento de los edificios fabriles hacia la periferia de los conglomerados urbanos. Por este motivo, numerosas naves industriales han quedado vacías y obsoletas, perdiendo sus funciones originales. Por sus dimensiones, grandes luces, flexibilidad e indeterminación espacial, sin embargo, estos edificios suelen presentarse como espacios oportunos para llevar adelante refuncionalizaciones que permitan la incorporación de nuevos programas.
Exceptuando algunos sectores, en las tres grandes regiones de Perú -costa, sierra y selva-, los climas se definen como tropicales o subtropicales y las diferencias entre las temperaturas medias de invierno y verano no son significativas. Esta particular condición genera que los grados oscilen entre los 15 °C y 27 °C, siendo atípicas las situaciones extremas de frío o calor. Por este motivo, la relación entre la arquitectura y los espacios exteriores se presenta como un campo relevante para ser explotado en los proyectos de la región.
Ya sea mediante lucarnas tradicionales, claraboyas superiores, aberturas lineales, tragaluces tipo linterna o cubiertas tipo shed, la manipulación e incorporación de luz natural en los proyectos arquitectónicos puede significar un cambio radical en la percepción de los espacios interiores y las atmósferas. La cocina, como espacio de trabajo, es considerada en muchos proyectos de viviendas como un área central donde los residentes pasan una gran cantidad de tiempo de sus vidas diarias. Brindar una buena calidad de luz permitirá incrementar el confort visual y proporcionar un mayor bienestar a quienes realicen tareas en esos espacios.
La madera como recurso constructivo es una cuestión milenaria, tuvo su origen incluso antes de que se desarrollaran las herramientas necesarias para trabajarla y explotar su potencial. Este material se caracteriza principalmente por su gran versatilidad, donde sus ilimitadas formas de uso y su gran capacidad para dotar a los espacios de atmósferas acogedoras, lo convierten en una materia prima frecuentemente elegida en la arquitectura.
Algunos arquitectos y arquitectas han logrado plantear interacciones entre las diferentes escalas de los proyectos, trabajando en una multiplicidad de campos que van desde la ciudad hasta el detalle constructivo, pasando por la escala edilicia. Si bien en muchos casos, la selección del mobiliario que complementará y permitirá el correcto funcionamiento de una obra -es decir, los elementos que en última instancia interactuarán con la escala humana-, suele quedar relegada a una etapa post constructiva, su diseño no siempre es considerada una cuestión secundaria.
Los sistemas mecánicos sustentados a partir de dispositivos como poleas, engranajes, carretes, cables y contrapesos pueden resultar muy útiles para potenciar y transmitir fuerzas, generando el movimiento o desplazamiento de determinados elementos de manera relativamente sencilla, sin la necesidad de involucrar energía eléctrica. Incorporar estos mecanismos en proyectos de arquitectura genera la posibilidad de alterar de manera manual la disposición de los elementos que definen los espacios desde una perspectiva didáctica y lúdica.
Cuando un material queda obsoleto porque deja de cumplir correctamente su función original o simplemente queda relegado a causa de una reforma, una ampliación o una demolición -sumándose a la pila de escombros que se convertirán en desechos-, en la gran mayoría de los casos puede repararse, reutilizarse y reciclarse para volver a comenzar un nuevo ciclo de vida útil. Sin embargo, con algunos elementos de la construcción esta recuperación representa un desafío mayor que con otros y su reutilización puede no ser siempre tan simple. En el caso de las puertas y ventanas, por ejemplo, la demolición o desmontaje debe ser mucho más cuidadosa si se tiene interés en reciclar dichos objetos, sumado a que posteriormente se deben realizar inspecciones para verificar el estado de las piezas y considerar posibles gastos para su acondicionamiento. También es real que este interés por recuperar los elementos antiguos no siempre está presente, ya que en muchos casos los propietarios priorizan la utilización de piezas nuevas y regulares que le otorguen cierta uniformidad a todo el proyecto.
Las nuevas y crecientes necesidades de cambio que solicitan las ciudades ante el aumento demográfico generan que, al momento de proyectar, nos enfrentemos a un tejido ampliamente heterogéneo y en constante transformación. El incremento en la densidad de una ciudad afecta directamente en el espacio libre disponible para desarrollar construcciones nuevas e independientes, dando lugar a la yuxtaposición de edificaciones en donde la simultaneidad y la coexistencia de búsquedas individuales conduce a una conformación variada del tejido.
Numerosos edificios suelen quedar en desuso por los constantes cambios económicos, sociales y tecnológicos que sufren nuestras ciudades. La inconsistencia programática de los tiempos actuales demanda una gran versatilidad y capacidad de adaptación de nuestras infraestructuras y produce, cada vez con mayor frecuencia, que los proyectos queden deshabitados, librados al abandono y al deterioro.
A continuación presentaremos una serie de 20 proyectos Latinoamericanos en los cuales antiguos galpones, vivendas, cárceles, molinos y mercados fueron recuperados y transformados en Centros Culturales, Museos y Galerías.
Una bóveda es un elemento constructivo superficial en el que los elementos trabajan a compresión. Si bien esta resolución constructiva ya era utilizada incluso en el tiempo de los romanos, algunos tipos de bóvedas (como la catalana o la bóveda tabicada valenciana) comenzaron a establecerse como recursos constructivos de alta popularidad en algunas regiones del mundo a partir del siglo XIX, al presentarse como una solución adecuada para la construcción de viviendas (principalmente por su bajo costo material). Con la capacidad de salvar luces de incluso treinta metros por módulo, esta técnica logró popularizarse dentro de ciertas tipologías industriales, adecuándose a los requerimientos dimensionales de talleres, fábricas y depósitos.