Considerar el contexto en el que se insertará un proyecto es una parte esencial del ejercicio de la arquitectura, ya sea incorporando o negando los elementos preexistentes o teniendo en cuenta las condicionantes propias del entorno en las propuestas. Entender lo que nos rodea como una influencia directa en las decisiones de diseño y la organización del espacio va más allá de simplemente considerar la ventilación natural, la orientación o las vistas, se trata de ver estas condiciones como agentes activos en los proyectos, es decir, como coautores de la arquitectura.
Los casos en los que esta práctica se vuelve más notable son, probablemente, aquellos proyectos en los cuales se le adjudica a la naturaleza un papel protagonista. Esta postura es adoptada por ciertas oficinas, representando una idea central para el diseño de los espacios arquitectónicos.
Un ejemplo de ello es la oficina Casagrande Laboratory, dirigida por el arquitecto finlandés Marco Casagrande, quien propone que su arquitectura actué como un elemento mediador en la relación entre los hombres y mujeres modernos con la naturaleza. En la descripción de su trabajo vemos a menudo la idea de que la naturaleza es co-arquitecta en los procesos de elaboración de un proyecto. Esta coautoría se considera un punto de partida esencial para lograr propuestas que reconecten a la sociedad contemporánea con algunos elementos de la naturaleza, a los que la arquitectura producida por el despacho no pretende confrontar. Las estrategias aplicadas en los proyectos suelen estar ligadas al uso de los recursos naturales disponibles para crear ambientes y programas diversos.
En general, esto le confiere a la producción de la oficina un vínculo estrecho entre el diseño y el entorno en donde se implantará el proyecto, especialmente en lo que se refiere a la lectura de las potencialidades locales y los elementos que establecen nuevos modos de relación cuerpo-naturaleza, según el recorte programático específico de cada propuesta.
Explorar la relación entre el cuerpo y la arquitectura no significa necesariamente imitar las tradiciones gestadas durante el Renacimiento, las cuales establecían parámetros de armonía, geometría y proporción natural como referencias a seguir. A menudo se trata de incorporar la noción de naturaleza como una fuerza de acción permanente que trae consigo cualidades que pueden ser exploradas de manera muy rica y utilizadas en el diseño arquitectónico, tales como texturas, colores, temperaturas y contrastes. Esto se hace evidente en algunos proyectos que implementan estos recursos de manera muy específica para establecer conexiones compositivas, como es el caso de las Piscinas en Leça de Palmeira, proyecto del arquitecto portugués Álvaro Siza Vieira.
Teniendo en cuenta las formaciones rocosas de la costa y la dinámica de las mareas, la construcción de Álvaro Siza dialoga de dos maneras con su entorno: a veces logra poner en relieve la acción humana sobre el lugar, pero otras, la arquitectura se incorpora con el sitio en una lectura global del paisaje -ya que el material elegido para la intervención se fusiona con la materialidad propia del espacio natural-.
La principal cuestión que se plantea en estos casos es la de adoptar un tipo de relación más profunda que las planteadas, por ejemplo, en la arquitectura biomimética o en los proyectos sostenibles. Se trata principalmente de situar a la arquitectura y a aquellos que la producen bajo una perspectiva más amplia, de conjunción y contacto con las oportunidades que confiere el medio ambiente.
La comprensión de que el lugar es un elemento presente y activo que dicta la dinámica, aporta cualidades, guía el diseño y, por lo tanto, se convierte en un dato esencial a la hora de proyectar, ayuda a crear la noción de que la arquitectura no puede ser vista de manera parcial, como un elemento aislado, sino que más bien debe ser comprendida como la interacción, reacción y mediación entre las funciones y necesidades cotidianas y el espacio que ocupan.