La reciente tragedia que derivó en la destrucción parcial de la Catedral de Notre Dame ha dado lugar a reflexionar sobre el valor de nuestro patrimonio arquitectónico. Situaciones movilizantes como esta traen a debate temáticas de alta relevancia y nos invitan a pensar cuál es el rol de la arquitectura en la construcción de la memoria colectiva de una ciudad.
Si bien hay quienes defienden la condición efímera de la arquitectura, se debe considerar que la pérdida no solo se trata de la ausencia material de una construcción, sino también de la historia que esta conlleva. Su huella conforma la identidad de una sociedad, formando parte no solo del acervo arquitectónico de una ciudad sino también del cultural.
En esta línea, se entiende que las obras constituyen un símbolo de su tiempo, representando el paradigma en que fueron pensadas y construidas. Se las comprende así como una condensación de ideales y como el reflejo de los intereses, aspiraciones, cuestionamientos y problemáticas de una época concreta. Por este motivo, su destrucción abarcaría también una enorme pérdida en cuestiones inmateriales.
En la Argentina, por descuidos o desinterés, un gran número de obras se han perdido y hoy solo habitan en los libros o en la memoria heredada. Un lamentable ejemplo es el del Pabellón Argentino de plaza San Martín que con motivo de la celebración del primer centenario de la Revolución Francesa en 1889, representó a la Argentina en la Exposición Universal de París. Esta obra fue diseñada por Albert Ballu y constituía un símbolo de nuestra nación, exhibiendo el poder de la Argentina como potencia agrícola ganadera. Finalizada la exposición y gracias a que los avances de la revolución industrial habían permitido que la estructura se realizase en piezas desmontables de hierro, fue desarmado, traído en barco, y relocalizado en la Plaza San Martín de Buenos Aires, donde respondió a sucesivos usos hasta finalmente ser la sede del Museo de Bellas Artes. En 1933 fue desmantelado por órdenes del intendente Guerrico para ampliar la plaza y sus piezas, guardadas en un depósito. Posteriormente, en 1935, se subastaron públicamente.
Dentro del catálogo de obras irremediablemente perdidas también se encuentra el Asilo de Huérfanos, construido Pedro Benoit en 1871; el Edificio Calvet de Gastón Mallet para la Casa Calvet y Cía; el Teatro Marconi, obra del arquitecto italiano Juan Bautista Arnaldi y el hospital Español de Julián Jaime García Núñez, el mayor exponente del modernismo catalán en Buenos Aires.
En un fragmento publicado en la revista Summa y recuperado por Roberto Bonifacio, el arquitecto Francisco Bullrich expresó en 1968 su indignación sobre lo sucedido con este útlimo edificio: "Se llevó a cabo contra la cultura nacional un atentado irreversible del cual somos responsables, algunos de hecho, otros por omisión y todos en realidad por ignorancia. El edificio del Hospital Español, la obra más significativa de la arquitectura argentina y eventualmente sudamericana de la primera década del siglo, estaba siendo demolida sin que se alzara ni una sola voz de advertencia, no digamos ya de protesta. El hecho demuestra que somos una nación sin memoria".
El estado actual de muchas otras obras argentinas genera una gran preocupación. Tal es el caso del icónico Parador Ariston diseñado por Marcel Breuer con la colaboración de los arquitectos Argentinos Carlos Coire y Eduardo Catalano. La falta de sensibilidad en las sucesivas re funcionalizaciones sumadas al abandono y el vandalismo han llevado a esta construcción a una situación crítica. El edificio se encuentra en ruinas y total abandono y, a pesar de las iniciativas impulsadas por los propios ciudadanos para recuperarlo, aún no se ha iniciado ningún protocolo ni se lo ha incorporado al listado de bienes patrimoniales de la ciudad de Mar del Plata para protegerlo.
Ante la inacción gubernamental, los propios ciudadanos generaron una campaña online a través de un grupo de difusión “Recuperemos el Ariston” y un petitorio digital, buscando evitar que el parador sea demolido y esperando la sanción de un proyecto Ley que lo declare Monumento Histórico. Ya son más de 16.000 personas de todo el mundo dando su apoyo.
El arquitecto Hugo A. Kliczkowski Juritz, impulsor de dicho petitorio menciona que “los edificios se construyen también con las historias que en ellos suceden, dejarlos abandonados y al borde de su desaparición provoca la desaparición de nuestras propias historias. No debemos dejar que suceda”.
Otro caso emblemático es el de la Casa sobre el Arroyo de Amancio Williams, que sigue a la espera de un plan de protección, sufriendo devastadores eventos destructivos en los incendios de 2004 y 2008. Ambas obras son grandes emblemas de la arquitectura moderna y la incertidumbre sobre su futuro no solo angustia a la comunidad arquitectónica, sino también a los ciudadanos.
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Así como los buenos libros deberían ser releídos en varias etapas de la vida, un buen edificio debe poder ser reestudiado y reinterpretado, comprendiendo sus vigencias y sus obsolescencias. Son el manifiesto materializado del espíritu de una época y su existencia tangible nos permite acercarnos de una manera honesta. Quienes abogan por la insustancialidad y la fugacidad de la arquitectura, no son conscientes de la perdida social cultural e identitaria que supone la demolición de estas obras. No se puede releer un libro que ha sido destruido.
El eje del debate sobre el patrimonio no debería centrarse en determinar si una obra tiene o no valor arquitectónico, sino en el accionar, en analizar y cuestionarse cuál es la manera más pertinente de abordar su recuperación y restauración.
A modo de cierre, interesa remarcar que aún hay estudios que abordan estas preocupaciones de manera excepcional, realizando una actividad intelectual, análisis e investigaciones que demuestran que aún hay esperanzas en el campo de la recuperación de obras. Entre los arquitectos que emprendieron este desafío destaca el estudio Flores & Prats, conformado por el argentino Ricardo Flores y la española Eva Prats. Su trabajo condensa grandes reflexiones sobre cómo recuperar una obra con una sensibilidad ejemplar. Uno de los más relevantes fue el realizado en el antiguo edificio de la cooperativa Pau i Justicia, donde entendieron al edificio como una suma de cicatrices, un cumulo de historia arrastrada hacia el presente y realizaron una intervención magistral, readaptándolo para nuevos usos teatrales mediante la comprensión de su identidad original.
“El estado ruinoso en el que nos encontramos el lugar era de interés, no porque quisiéramos restaurarlo, sino porque queríamos hacer avanzar la ruina y que participara, junto con su carácter inacabado de capas superpuestas, de una nueva realidad que continuase actualizándose desde su propio origen (…). El desafío del proyecto es entonces el de adaptar el edificio a su nuevo uso sin hacer desaparecer sus fantasmas” Flores & Prats