Fernando Higueras (1930-2008), exponente de la modernidad arquitectónica tardía de los años 60 en España, fue junto con muchos otros uno de aquellos jóvenes ícaros que estaban obsesionados con tocar el sol. Su arquitectura, lejos de cumplir con las rígidas pautas que conformaban la realidad de la época, se elevaba por encima del plano terrenal con una única meta: conquistar lo desconocido. Ya entonces, llegó a la conclusión de que la arquitectura moderna estaba equivocada, de que nada tenía sentido. Miraba a su alrededor, a figuras como Le Corbusier, Mies van der Rohe -sus cubiertas planas, su obstinada obsesión por la ligereza- y nada cuadraba para él. Su actitud indudablemente reaccionaria le llevó, ya desde joven, a mostrar la temprana osadía de revelarse contra la hipocresía de los triunfadores.
Su forma de trabajo, lejos de ser novedosa o excepcional, nos repetía la eterna lección sobre el proceso creativo. No bastaba con el talento y la gracia, sino que estos debían de ir acompañados de una ingente dosis de tesón y, sobre todo, de afición; en aras de no arredrarse ante los problemas y sacar partido a las dificultades que cada uno de ellos planteaban. Podemos considerarle como un arquitecto optimista frente al proyecto, convenciéndose a sí mismo de que éste tenía solución dentro del guión o patrón que de antemano imaginaba. No seguía el rutinario método racionalista de comenzar por el organigrama funcional —algo que todavía sigue enseñándose a día de hoy en las escuelas—, sino que se compenetraba con él, intentando adosarlo dentro de su esquema apriorístico, modificando éste en caso de ser necesario hasta encontrar el compromiso que le satisfacía.
Higueras se formó en el Colegio Estudio, escuela madrileña que promovía la “Libre Enseñanza”, un movimiento pedagógico innovador que rechazaba los formalismos de la época y el intelectualismo, en pro de la observación de la naturaleza y un desarrollo infantil sin ataduras. Sin duda alguna, este innovador método de educación tuvo una posterior influencia en su desarrollo como arquitecto. Cursó sus estudios como arquitecto, no sin complicaciones, en la ETSAM de Madrid. Estuvo, durante casi cinco años, intentando acceder fallidamente a dicha universidad. En el proceso, cuentan que se dedicaba a realizar los lavados —una técnica de acuarela endemoniada— a los compañeros. Esa afinidad por el arte le llevó, ya entonces, a establecer cercanos vínculos con diversos artistas como el pintor Antonio López, César Manrique o Lucio Muñoz. Finalizados sus estudios, con 28 años, era ya alguien sobradamente conocido: su proyecto fin de carrera salió publicado en la revista ‘Nueva Forma’ de Fullaondo y sus ‘10 residencias de artistas en El Pardo’, que era prácticamente un ejercicio para la escuela, ganó el accésit del Premio Nacional de Arquitectura.
En vez de buscar un maestro y protector en un arquitecto consolidado, trabajó con un maquetista llamado Jorge Brunet, el cual tenía fama de ser el mejor de España. Se empapó de arquitectura popular y sólo aceptó a Frank Lloyd Wright como espejo. En palabras de uno de sus pupilos, Jacobo García-Germán:
“Fernando tenía razón y estaba equivocado en todo […] Tenía razón en que la arquitectura moderna era un error. La arquitectura que venía del cubismo, que estaba hecha a través de formas y no de espacios... Todo eso era un malentendido y no sólo lo sentía él; muchos otros le siguieron en ese análisis. Pero también estaba equivocado, porque era un romántico en el peor sentido de la palabra. Sacrificaba todo por la heroicidad y por la plasticidad. Sacrificaba amistades, arruinaba a los clientes y se metía en proyectos megalómanos”
La arquitectura heroica de Fernando Higueras requería de vidas heroicas; y eso no siempre es fácil. Una de sus primeras obras, una vivienda unifamiliar para el matrimonio de artistas Lucio Muñoz y Amalia Avia, realizada en 1962, acabó siendo uno de los primeros ejemplos de lo que significaría la arquitectura de Higueras más adelante. Y es que, aprovechando la amistad que los unía, el ingenuo matrimonio confió en el joven profesional madrileño para construir su casa de la sierra; siendo éste, tal vez, el peor arquitecto posible para hacer algo bonito, sencillo, normal… y mucho menos barato. La vivienda no sólo se llevó por delante un total de más de 800.000 pesetas de la época, sino la amistad que les unía. Tras ello, siguió trabajando con el modelo de vivienda unifamiliar, realizando otras casas como la construida para Manuel López Villaseñor.
Después de estos trabajos de vivienda, realizados conjuntamente con el que sería su socio por aquel entonces, Antonio Miró, Higueras decidió comenzar su despegue hacia el sol; y casi llega. Conoció a César Manrique, artista de origen canario, en la cola de una tienda de pintura. Se fue con él a Lanzarote y abrió caminos inimaginables para un arquitecto español.
Construyó la famosa Corona de Espinas, las viviendas militares de la calle San Bernardo de Madrid, el edificio de oficinas de Serrano 69 . En 1972 se separó de su primera mujer y abandonó su casa, un chalé antiguo, más o menos convencional, en Chamartín. Quiso entonces ampliar el garaje de la casa y convertirlo en su piso de soltero, pero el Ayuntamiento no le dejó por un problema de edificabilidad; así que Higueras excavó el jardín y construyó su casa hacia abajo: su famoso ‘rascainfiernos’. La visita consecutiva de las dos casas, la de Torrelodones y la de Chamartín, es un viaje conmovedor, casi psicótico. Cuando toda la arquitectura hablaba de veladuras, de transparencias y de delicadezas, la figura de Higueras es fascinante; como la de un Goliath caído.
Su arquitectura y la manera de plantearla son, pues, típicamente formalistas; pero siempre dentro de un orden estructural riguroso. Es decir, tiene el oficio necesario para poder llegar, casi de golpe, a la superposición o síntesis de los principales condicionantes ordinativos —función, estructura, forma y ornamentación— de una manera aparentemente casual y casi caótica. En realidad, su sistema consiste en acelerar, a fuerza de trabajo, el tantas veces descrito proceso de cooperación de la labor consciente de la mente con el misterioso mecanismo del subconsciente; sin los cuales, actuando al unísono, no es posible el milagro de la invención. Durante esta penosa agonía creativa, al mismo tiempo, consigue divertirse debido en tanto a ese delicioso encanto de un juego, casi infantil, con el que consigue dotar a su obra.
“Yo creo que la originalidad no se busca; se tiene o no se tiene. Afortunadamente, no la tiene la inmensa mayoría de la gente, porque si todos fuesen genios creadores sería prácticamente inhabitable el planeta. Los arquitectos, más que preocuparse por la originalidad, deberían preocuparse por el oficio de saber y la práctica de la profesión” - Fernando Higueras, entrevista con Baltasar Porcel
Fernando Higueras se identifica con una época muy interesante de la vida española, debido a que no solamente realizó muy buena arquitectura, sino que sus inquietudes y aficiones le llevaron a compartir otros aspectos de la cultura nacional; haciendo amistades con personajes representativos en el mundo de las artes. Es pues, a día de hoy, tiempo más que sobrado para que la profesión reconozca públicamente sus méritos; en esta ciudad, la madrileña, que no suele ser generosa con sus hijos.