
Fue Vasari quien en el siglo XVI nos acostumbró a leer la historia de la arquitectura a partir de las carreras de los grandes artistas, personajes excepcionales cuyo talento había llevado a las distintas formas de arte a un estado superior que hasta hoy conocemos –por la propia denominación de Vasari– como Renacimiento. No es difícil reconocer ahí el germen de una forma de escribir la historia –y por ende de entender la propia tradición de la arquitectura– a partir de los llamados ‘maestros’, figuras que con su propia oeuvre definen el abanico de posibilidades dentro de un sistema institucionalizado de conocimiento que comúnmente denominamos ‘disciplina’.