El arquitecto Martín Luis Gutiérrez Martínez nació en Gómez Palacio –una ciudad del estado de Durango en México– el año de 1927 y nunca dejó atrás su impronta norteña ni ninguna de sus convicciones de vida. En el breve y atesorable tiempo que compartí con él no faltaron a la mesa su excepcional memoria avivada por su incansable pasión por vivir y sentir la arquitectura.
El siglo pasado fue un caudal de talento arquitectónico que alimentó prolíficamente al país en diversos ámbitos, entre cientos de nombres que se entrelazan en una época de plenitud del pensamiento y creación, el de Martín L. Gutiérrez es pieza fundamental para entender la trascendencia de la enseñanza comprometida a profundidad dentro de las escuelas de arquitectura y la práctica docente propositiva, apoyada en la investigación y detonada por la vocación.
Queda mucho por saber acerca del arquitecto Gutiérrez, quien dejó un vasto archivo en donde se puede leer una compleja historia que enriquece de forma significativa el horizonte de la arquitectura moderna mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Su perfil es el de un humanista consumado al diseño, interesado en su evolución como constructor y arquitecto, a la par que, sin interrupción, alimentaba su profundo amor por la enseñanza. Se movió con absoluta dedicación en ambos frentes logrando a su paso consolidar una trayectoria fértil, reflejada en su profusa obra construida y diseñada, así como en el amplio espectro de su labor académica como fundador de instituciones.
Su generación sufrió la metamorfosis de la Academia San Carlos, en el centro de la Ciudad de México, a la Escuela Nacional de Arquitectura en el nuevo campus de Ciudad Universitaria en la década de los cincuentas, este cambio fue protagonista en la reformulación de las estructuras del pensamiento en tanto al papel del arquitecto y su campo de acción en una realidad del México posrevolucionario. La búsqueda iba en pos de una preparación orgánica en la que todas las partes involucradas en la enseñanza del diseño tuvieran una integración y dinamismo polivalentes dentro de una organización horizontal, una democratización que potencializara el saber a través de su intercambio.
El trabajo de Gutiérrez se forja al fuego de estos paradigmas y es así como decide así emprender un viaje hacia la Escuela Mexicana de Arquitectura (1964) por invitación del rector de la Universidad La Salle el Dr. Manuel de Jesús Álvarez Campos y con el apoyo incondicional de su maestro y amigo Jorge González Reyna funda la escuela basada en la idea del conocimiento autogestionable, con un andamiaje flexible y siempre dialéctico, en busca de la crítica de lo establecido hacia nuevas ideas que fueran coherentes con la realidad nacional del momento. Ese mismo año crea también impulsado por González Reyna, la Asociación de Instituciones de Enseñanza de la Arquitectura de la República Mexicana (ASINEA) como producto de la búsqueda en unidad, a nivel federal, de las instituciones dedicadas a la enseñanza de la arquitectura, buscando fomentar un intercambio enriquecedor sobre las visiones del fenómeno enseñanza-aprendizaje; un verdadero reto que ha trascendido en el tiempo reuniendo hoy a decenas de escuelas, vinculándolas a distintas escalas, con el objetivo de retroalimentar el escenario académico nacional de forma integral. Estos fueron los primeros pasos firmes hacia una carrera dedicada al saber, la investigación y la docencia.
En su obra existe la impronta de ese rasgo humano que combina exitosamente con lo técnico, sus más de 120 edificios son testigos de distintas etapas y visiones en los que se adivina una caligrafía constante que se adapta orgánicamente a cada uno de los proyectos, siempre en el entendimiento adaptable de la función de ese lenguaje propio frente al requerimiento de los usuarios. Diversos son los ejemplos donde resolvió con sensibilidad y economía; desde la ingeniosa y pragmática resolución con el sistema trabelosa en la “Pista de Hielo Revolución” (Ciudad de México 1963), hasta la propuesta del “Edificio de Gobierno de la Delegación Magdalena Contreras” (Ciudad de México 1972), colaboración con los arquitectos Fco. J. Serrano, J. Fco. Serrano y Gonzalo Gómez Palacio, donde se hace presente una fuerte influencia brutalista como recurso para el carácter de un edificio público. Este lenguaje del concreto desnudo fue un punto capital en muchas de sus obras más prominentes que revelan su maestría como constructor, faceta que desarrolló potencialmente durante los diecisiete años de su sociedad con Carlos Gosselin.
Uno de los ejemplos más importantes de su trayectoria es el paradigmático “Colegio Cristóbal Colón” (Lomas Verdes, Estado de México 1970) ya que muestra clara de la inquietud por ir más allá en la práctica, explorando los límites de un concepto como el aula a través de los volúmenes de planta octogonal que configuran un espacio pensado en el buen aprender y enseñar. Este proyecto se articula a través de pasillos techados que conectan las células-aulas, las cuales se leen como una secuencia de cápsulas interdependientes. Los patios centrales suceden como aglutinante de estas células, esta obra es una de los ejemplos más claros de la inventiva de Gutiérrez, que buscaba en las soluciones únicas la experiencia excepcional.
En 1985 conforma gutarqs, una sociedad al lado de Martín L. Gutiérrez y Gerardo Gutiérrez, dos de sus hijos que eligieron seguir los pasos de la arquitectura. El inicio de este nuevo camino se concreta con el proyecto de la Rectoría de la UBAC (Léon, Guanajuato 1985), un edificio que sugiere movimiento debido a sus niveles que se desfasan entre dos columnas desplantadas sobre la piedra viva del sitio, generando una dicotomía interesante entre el peso visual del edificio de concreto aparente y el desafío ante la gravedad de sus volúmenes danzantes, esta obra simboliza una alianza que no hará más que fortalecerse en el tiempo hasta transformarse en lo que hoy es, una oficina madura que busca retos en todas las escalas, siempre bajo la premisa del deber ser, sin dejar a un lado la exploración y reinvención en cada proyecto. En estos últimos 3 años el legado ha germinado un nuevo y prometedor brote: Martín Gutiérrez Córdoba, nieto e hijo que consolida la tercera generación de una vida dedicada al diseño.
Es importante estudiar la trayectoria de Martín L. Gutiérrez, no sólo por sus soluciones arquitectónicas singulares o su enorme esfuerzo por ahondar en la enseñanza del diseño, sino porque en él se encuentran inscritas características a las que deberíamos apelar como profesionales de la arquitectura: el amor y respeto por nuestro quehacer, el profesionalismo que se traduce en una profunda entrega hacia nuestros ideales, el ahínco como agente promotor de cambio, por señalar y proponer nuevos caminos. Es posible que en esta refrescante aventura de descubrimiento encontremos el ímpetu vivo de una figura que suma considerablemente a la narrativa de la arquitectura moderna mexicana. El arquitecto Martín L. Gutiérrez nos dejó en septiembre del año pasado a los 92 años, de los cuales dedicó 65 a sus vocaciones más profundas: la pasión por la arquitectura y el comprometido amor por la enseñanza.