Post COVID-19: sobre la reinvención de nuestra relación con el “gran afuera”

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"¿Cómo viviremos juntos?". La pregunta, lema de la 17ª Biennale di Venezia, ha sido providencialmente oportuna. Y adquiere carácter de urgencia con la irrupción del COVID-19 con la crisis que ha desatado, pidiéndonos volcar la mirada sobre la sostenibilidad del actual modelo civilizatorio y la necesidad de renovar tanto el pensamiento como la acción sobre el entorno. A propósito de un artículo publicado en ArchDaily titulado ¿Cómo viviremos juntos con todas las demás especies?, el presente artículo busca sumar elementos para el debate.

El statement de la bienal, presentado el 16 de julio del año pasado por Hashim Sarkis (decano de arquitectura en el MIT) comenta: "Es tanto una pregunta social y política como espacial. Aristóteles la hizo para su concepto de política y para proponer su modelo de ciudad. Cada generación lo pregunta y lo responde de manera diferente. Los más recientes y rápidos cambios en las normas sociales, la creciente polarización política, el cambio climático y las vastas desigualdades globales nos están planteando esta pregunta con mayor urgencia y a diferentes escalas que antes. Paralelamente, la debilidad de los modelos políticos que se proponen hoy nos obligan a anteponer el espacio y, tal vez como Aristóteles, mirar la forma en que la arquitectura puede configurar hábitats y modelos potenciales de cómo podríamos vivir juntos". El interés sociopolítico de la convocatoria es claro, sin embargo llama la atención las diversas interpretaciones que pueden derivarse de ella.

Quarentein. Image © Karla Montauti

Muchas definiciones claves de la modernidad –como antropocentrismo, capitalismo, globalización, mecanicismo– empiezan a ser cuestionadas y confrontadas con nuevos planteamientos. Uno de ellos es el reconocimiento de lo no humano, que se ha ido colando en el imaginario colectivo –pangea, biota, gaia– y el conjunto de los seres vivos, superior a la potencia humana en cuanto configuradora y determinante de la vida. Su negación ha originado las crisis ecológicas que padecemos y hay quien señala el “retorno” a la naturaleza originaria como única solución posible. El problema con esta visión es su carácter paradojal, porque nuestro “alejamiento” de la naturaleza ha sido justamente el proceso de supervivencia y adaptación claramente diferenciado de la evolución natural con el cual, para bien o mal, hemos perpetuado nuestra existencia como especie. A este proceso lo hemos llamado Historia, y en cuanto autodefinición de lo humano como distinto al resto de la materia viviente y no viviente ha sido lo que nos ha permitido alcanzar un nivel complejo de comprensión del universo y la capacidad de hacer mundo, es decir, de producir y reproducir la cáscara artificial material y simbólica que cubre la totalidad de nuestra existencia, compuesta entre otras cosas por ciudades, arquitecturas y objetos de uso cotidiano.

Ciclista y peatones en el puente de Londres, Londres, Reino Unido, el río Támesis y el Tower Bridge en el fondo. Imagen a través de Shutterstock / por Alena Veasey. Image

Ciertamente, hasta ahora no habíamos tropezado con nada que nos alertara –literalmente en carne propia– sobre las imperfecciones de este proceso, aunque ya habíamos recibido algunos avisos; pero dar marcha atrás no es una opción viable. ¿Cómo produciremos alimentos sin los saberes de la agricultura? ¿Cómo cuidaremos nuestra salud sin los avances de la medicina? ¿Cómo nos defenderemos del medio sin ropas, sin viviendas? ¿Cómo viviremos colectivamente sin los sistemas de servicios e infraestructura urbanos? ¿Cómo hacer más eficiente nuestro trabajo sin herramientas, sin tecnología? La pregunta, en todo caso, es cómo cambiar el curso de nuestra evolución tecnocientífica para que la vida colectiva esté a la altura del salto de escala de realidad que estamos dando. Porque esto es lo que nos está pasando. El avance de la acción y el saber –también del error– humano está abriendo una vez más en la historia la caja de pandora. Esta vez empezamos a ver con claridad las consecuencias de la modernidad (o para usar un término más apropiado y actual, del Antropoceno) y empezamos a colisionar con nuevos agentes, con nuevos límites. Tal como están las cosas, el futuro próximo parece colocar a la humanidad entera frente a esta encrucijada: sofisticar las esferas o abrazar lo contingente. Ambas opciones refieren a conceptos relativamente densos, y aunque han tenido alguna circulación en los debates intelectuales de las últimas décadas los presentaré de manera sucinta.

© Adli Wahid via Unsplash

El concepto de esferas (burbujas, globos, espumas) fue ampliamente desarrollado por Peter Sloterdijk en su famosa trilogía epónima, originalmente publicada entre 1998 y 2004. A la pregunta de Heidegger ¿dónde estamos cuando decimos que estamos en el mundo? este responde que estamos o somos en esferas, burbujas, incubadoras o cápsulas, que fabricamos para sobrevivir y evolucionar. La vida y la identidad del ser humano se organizan sobre el carácter uterino de sus relaciones y la delimitación controlada de sus espacios privados y públicos, metafísicos e imaginarios. Para este autor, si alguna esfera es violentada se origina una crisis vital o una catástrofe, “estalla” según sus propios términos. Ante esa posibilidad el sujeto tiende al blindaje -la protección ante la catástrofe-, y por ello la búsqueda de “un habitáculo para la nueva forma moderna de vida al descubierto”, el invernadero universal: la civilización tecnocientífica, el Estado de bienestar, la globalización del mercado y los medios. Globos o macroesferas que pretenden abarcar y blindar las esferas de la vida humana.

Domino Park presenta círculos de distancia social para adaptarse a la crisis COVID-19. Image © Marcella Winograd

La irrupción del COVID-19 es un tremendo pinchazo sobre todas las burbujas, esferas y globos a todos los niveles de la existencia humana. El virus (otra esfera), atraviesa por igual las burbujas de los cuerpos, las cápsulas domésticas y las últimas capas de la economía, los medios y la globalización, haciéndolas estallar a todas simultáneamente. Alterando comportamientos, sistemas, y en suma la totalidad de la compleja forma de vida artificial que la humanidad ha desarrollado durante milenios para expandir y perfeccionar su presencia en el planeta Tierra (que no es lo mismo que decir “amenaza la vida de la especie humana”). El virus es la personificación del “accidente total” vaticinado por Paul Virilio; aunque el filósofo francés esperaba su desencadenamiento en la complejidad y capacidad del artificio humano, podríamos interpretarlo en sentido inverso: nuestro invernadero universal no es suficiente para protegernos de lo que sigue estando afuera, ni está siendo capaz de resolver sus problemas de funcionamiento, su imperfección inherente, que escapa cada vez más a nuestro control.

La noción de contingencia ha sido retomada recientemente por los filósofos de la OOO (Ontología Orientada al Objeto), y es algo abstrusa puesto que refiere a la dotación de entidad propia de todo aquello que existe pero está fuera del entendimiento y de la escala espaciotemporal humana. La rehabilitación del término adquiere relevancia al sentar las bases para el estudio de nuevos conceptos como los hiperobjetos, propuestos por Timothy Morton para referirse a entes determinados que interactúan y nos intersectan pero no son registrados por nuestro aparato perceptivo. Hiperobjetos son un agujero negro, el sistema capitalista o la fina capa de carbono que se acumula sobre la superficie terrestre desde hace más de doscientos años; también productos manufacturados de larga duración, como los plásticos y los materiales radioactivos. Para el inglés, son no-locales, viscosos y ocupan una fase espacial de “alta dimensionalidad” que los vuelve invisibles a los humanos; sin embargo ya están irrumpiendo en nuestras esferas psíquicas y sociales, como responsables de lo que llama “el fin del mundo”. Su impacto vuelve obsoletas tanto la mirada apocalíptica sobre la crisis ambiental como su negación. 

París planea mantener las medidas que restringen la circulación de vehículos al finalizar la cuarentena. Image

Y duh, sí, el coronavirus es un hiperobjeto. Ahora ya entendemos el concepto” (@the_eco_thought, vía Twitter). Palabras más, palabras menos, así definió Morton el COVID-19 en su cuenta de Twitter. Si bien tenemos noticias de los virus desde finales del siglo XIX, eran para nosotros solo unos corpúsculos de apenas micrones de diámetro y nunca hasta ahora los habíamos concebido como una sola entidad dimensionalmente tan extensa y distinta lógicamente del resto de los seres vivos. Técnicamente hablando, un virus no es un ser vivo, sin embargo tiene la capacidad de dispersarse en cuestión de meses sobre la superficie del planeta cebándose en buena parte de la población humana gracias a la interacción con otro hiperobjeto, los sistemas de transporte modernos. Quizás sea esto lo que deberíamos entender cuando se habla de lo no humano, que poco o nada tiene que ver con dejar de comer murciélagos o convivir con los delfines, sino con desarrollar la capacidad de comprensión y adaptación a la complejidad inherente de entidades extensas e inquietantes con las cuales convivimos o creamos de manera inconsciente.

Graham Harman (otro filósofo de la OOO) dijo: “la naturaleza no es natural y no debe ser naturalizada”. No es momento de romantizar lo que no es realmente romántico, sino de recuperar la voluntad del saber y la acción gracias al cual la historia humana ha sido posible. Ciertamente, el futuro no será antropocéntrico y esto por varias razones: necesitamos repensarnos fuera de la burbuja y en relación con la nueva dimensionalidad que nos plantean, además de los virus, el calentamiento global, el despilfarro material, energético y ecológico de la producción global y el colapso de los sistemas a los cuales hemos confiado nuestra existencia. No tiene sentido seguir encerrados en burbujas (barbijos, monoambientes, capas de alcohol en gel, membranas tecnológicas, panópticos digitales) ni volver ingenuamente al vientre de mater natura, sino recuperar conocimientos útiles relegados por la aceleración actual, explotar las nuevas formas del saber que hemos creado –como la inteligencia artificial– y rescatarlas del absurdo en que se ha convertido la máquina de producción infinita en que hemos convertido el mundo, reorganizar nuestra relación con el planeta, que hoy más que nunca debemos tratar de entender como totalidad, como nuestro hiperobjeto más preciado, “our spaceship Earth”, como cariñosamente lo rebautizara Buckminster Fuller.

Fotografías aéreas de las calles vacías de Buenos Aires durante la cuarentena obligatoria. Image © Matias De Caro

El COVID-19 sea quizás la primera experiencia global de rastreo y modelado algorítmico de un hiperobjeto, de un ente no humano real. Cuánto podríamos aprender si utilizáramos esta herramienta para estudiar nuestro propio funcionamiento en cuanto organismo planetario, el de las ciudades, las edificaciones o los objetos utilitarios, en vez de dilapidarlas en la especulación rentística de las startups o el narcisismo estético de la autopoiesis. Esta es una oportunidad singular para rehabilitar el potencial de disciplinas como la arquitectura, el urbanismo y el diseño como interfaces fundamentales de interacción con el entorno.

Cuánto podríamos lograr si la acción y el pensamiento global se coordinaran para fines comunes. La cuarentena ha mostrado ser más efectiva para alterar el curso de la economía, descontaminar las ciudades o despertar el interés crítico por nuestro modo de vida que para controlar la pandemia. Estamos demostrando que sí es posible hacer algo todos juntos, aunque de momento no estemos haciendo nada. Espero que al menos estemos aprendiendo, acumulando energías y voluntades para encarar el futuro próximo y poder seguir viviendo, juntos. El COVID-19 nos está revelando de forma bastante didáctica las implicaciones de lo contingente y los límites de nuestra comprensión sobre lo que nos rodea. Quizás empecemos a mirarlo como un maestro benevolente: pudo haber sido un meteorito, el derretimiento de los polos o la radiación nuclear. El hecho es que parecemos nuevamente seres primitivos e indefensos en mitad de la sabana, que se ha vuelto ahora más extensa y compleja. Y la solución no fue, ni será ahora, encerrarnos. Es hora de salir de vuelta y reinventar nuestra relación con lo exterior, o como dirían los de la OOO, “el gran afuera”.

Construcción de un hospital de 1,000 camas en Wuhan, China. Cortesía de Yuan Zheng / Utuku / Ropi / Zuma Press. Image

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Juan Vicente Pantin es arquitecto, docente, historiador y crítico de arquitectura contemporánea de la Universidad Central de Venezuela. Actualmente radicado en Argentina, es investigador y profesor invitado en la Universidad de Palermo. Karla Montauti es arquitecta, paisajista, diseñadora urbana y artista plástico, magíster en Lógica y Técnica de la Forma. Es docente en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de La Matanza. Desarrolló el proyecto ganador del concurso internacional para la Expo Buenos Aires 2023.

Este artículo es un artículo de opinión enviado por un colaborador externo. Todos nuestros lectores tienen la oportunidad de compartir sus conocimientos y opiniones enviando su trabajo para su revisión por nuestro equipo de editores y curadores. Te invitamos a revisar la cobertura de ArchDaily sobre el COVID-19, a leer nuestros consejos y artículos sobre productividad en el trabajo desde el hogar, y conocer las recomendaciones técnicas para un diseño saludable para tus proyectos futuros. También recuerda revisar los últimos consejos e información sobre el COVID-19 en el sitio web de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

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Sobre este autor/a
Cita: Juan Vicente Pantin. "Post COVID-19: sobre la reinvención de nuestra relación con el “gran afuera”" 04 jun 2020. ArchDaily en Español. Accedido el . <https://www.archdaily.cl/cl/940914/esta-pandemia-nos-obligara-a-salir-y-reinventar-nuestra-relacion-con-el-gran-afuera> ISSN 0719-8914

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