La industria del entretenimiento suele ofrecer a la arquitectura algunos de sus programas más inusuales. Desde parques temáticos que exploran tiempos perdidos a mundos aún no descubiertos en Las Vegas, una ciudad muy estudiada por sus características urbanas particulares, numerosos hoteles y casinos que presentan, lado a lado, una infinidad de estilos arquitectónicos.
En Brasil no es diferente y el impulso en explorar la economía del entretenimiento dió como resultado, a mediados del siglo XX, un singular edificio de estilo normando-francés, construido en la sierra de Río de Janeiro: el Palacio Quitandinha
Situado en la Ciudad Imperial de Petrópolis –refugio de verano de los monarcas que residían en la capital fluminense– el hotel casino Quitandinha fue inaugurado el 12 de febrero de 1944. La escasez internacional ocasionada por la Segunda Guerra Mundial no impidió al empresario minero Joaquim Rolla contratar a los arquitectos Luis Fossati y Alfredo Baeta Neves para el proyecto de aquel que se convertiría en el más grande edificio en su tipo en América Latina.
Sin embargo, los años dorados del Palacio Quitandinha duraron muy poco. Tan solo dos años después de su inauguración, en mayo de 1946, el entonces presidente Eurico Gaspar Dutra decretó la prohibición del juego en Brasil, forzando al establecimiento a sostener sus enormes gastos de mantenimiento sólo con el hotel. No tardó mucho para que el complejo resultara inviable financieramente y, en 1963, su propietario lo vendió a un grupo empresarial paulista que transformó el edificio en un condominio de lujo.
El cambio de programa mantuvo el sector anteriormente ocupado por el hotel aunque las unidades habían sido compradas por propietarios particulares. Sin embargo, todos los equipos en la planta baja y subsuelo, –ocupados en su auge por el casino– permanecieron casi en estado de abandono generando gastos a los condóminos.
Después de más de cuatro décadas de desuso, las áreas de ocio y entretenimiento fueron adquiridas por el Sesc Rio, que en 2007 reabrió estos espacios al público.
Europeo por fuera, Wes Anderson por dentro
El exterior del edificio de 50 mil metros cuadrados, –aunque parezca anticuado comparado con las obras modernas ya erguidas en la época– de algún modo resuena la atmósfera de la ciudad, marcada por la colonización alemana, que a la fecha explota el potencial turístico de ser una especie de reducto en las montañas muy cerca de Río de Janeiro.
Por otro lado, no es la fachada lo que que más impresiona. Los interiores del hotel casino, diseñados por la decoradora y escenógrafa estadounidense Dorathy Draper, están cerca - muy cerca - del escenario de alguna película hollywoodense. La ornamentación excesiva, colores vibrantes, tejidos pesados y la iluminación escénica transportaban el público del casino hacia una película taquillera. Su atmósfera –actualmente un poco decadente debido a las décadas de desuso y anacronismo del mobiliario– recuerda las producciones de Wes Anderson y tal vez sea uno de los mayores atractivos visuales del lugar, al menos para arquitectos y entusiastas del cine de Anderson.
Espacios donde, décadas atrás, se realizaban eventos para grandes personalidades nacionales e internacionales, hoy sirven de testimonio de un tiempo distante cuya realidad ya no parece tener sentido. La escala suntuosa de los lujosos interiores del Palacio Quitandinha son el vestigio histórico de un momento que, –aunque realmente sucedió en la Ciudad Imperial– está más ligado al imaginario cinematográfico de Hollywood del que forman parte las estrellas, las fiestas y la ostentación.
Resguardado por el Instituto Estatal del Patrimonio Cultural (Inepac), hoy, el Palacio Quitandinha se dedica a la cultura. No sólo por su programa enfocado a la música, teatro y danza sino por albergar en sus interiores el testimonio de la historia particular de un lugar y, sobre todo, por mantener encendida la chispa de la imaginación que hace rodar una película para quien lo visita.