El déficit habitacional siempre ha sido una pesadilla para las familias de bajos ingresos. En Brasil el problema se agrava y genera mucho dolor para mujeres y niños, principalmente. Para huir de la asfixia del alquiler, la búsqueda por un techo se mueve a la periferia.
La periferia no es únicamente el límite de una ciudad. Es la periferia del derecho. Es la periferia del entretenimiento. Es la periferia de la cultura. Es la periferia del respeto.
Las personas nacen del vientre, pero después necesitan un hogar. Un hogar, aunque sea lejos del mundo, donde se gasta la suela de los zapatos porque el transporte público no llega nunca.
Donde la oscuridad tuerce los nervios porque la energía eléctrica no llega. Donde el dolor es constante porque en el hospital no tiene médico ni remedio. Donde no se aprende a leer porque la escuela está abandonada. Donde el hambre es mayor porque la comida es más cara.
Son en esas mismas periferias —en los alrededores de lo que llaman ciudadanía— donde las comunidades se construyen y donde el agua del lavamanos se guarda en un tambor. Es donde el hombre escoge el espacio, hace la mezcla de cemento e instala el grifo, pero le cobra a la mujer. Cobra y exige un pago inmediato. ¿Cuál es el precio del abuso? ¿Cuánto paga el silencio de una madre?
Es en esa realidad que se explica la envergadura humana del proyecto “Arquitetura na periferia”: un grupo de mujeres, con formación en arquitectura, comparten conocimiento y su actitud con mujeres en barrios aislados.
Es un proyecto cuyo resultados son mayores que la autonomía de saber construir un refugio propio. El resultado es la mejora del autoestima de quien abriga y expresa su coraje ante la vida.
Este proyecto te necesita. Apóyalo en este enlace.