La ciudad es el espejo donde se descubre cómo nos miramos a nosotros mismos. Las sociedades hilvanan su tejido en la continuidad de sus calles, de su espacio público y de su juego entre la intimidad de edificios y viviendas. Jane Jacobs diría que “un barrio logrado es un lugar que mantiene sus problemas a una distancia tal que no se deja destruir por ellos. Un barrio fracasado es un lugar abrumado por sus defectos y problemas y progresivamente indefenso a ellos”. En 2007, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, a petición de los entonces gobiernos del Distrito Federal y Estado de México, levantó la Encuesta Origen Destino en la Zona Metropolitana del Valle de México.
Este instrumento dio cuenta sobre “la dinámica de los viajes que se efectúan al interior del área metropolitana”. Aunque potencialmente es una herramienta valiosa para la elaboración de políticas públicas o planificar la ciudad, su análisis priorizó el desplazamiento de las personas por medio de diferentes modos de transporte, desde la bicicleta hasta el autobús foráneo, pero omitió el caminar como el modo primigenio de movilidad humana, máxime considerando que todo viaje inicia y termina de esa manera. Caminando fuimos construyendo y descubriendo ciudades. Hay ocasiones que olvidamos vernos a nosotros mismos en nuestra propia escala: la humana.
Hoy día, 3.9 mil millones de seres humanos viven en ciudades, de igual manera 10 por ciento de la población mundial lo hace en megalópolis que superan los 10 millones de habitantes. No obstante, es común recordar a los automóviles, los autobuses, las bicicletas, las calles, los puentes, los túneles, las antenas y los edificios como el primer plano que delinea la cara y el carácter de las urbanizaciones. Mientras tanto, las personas se trasladan entre diferentes elementos y planos del equipamiento urbano. Mirar a las ciudades a escala humana es una disyuntiva en la que el modelo urbano, trepado en una espiral de consumo e hiperproducción, no tiene considerado deliberar.
Existen algunos de ciudades especializados en desigualdad, exclusión y fragmentación. Tu lugar en la ciudad y qué urbe te corresponde depende de tu ubicación en la pirámide de consumo. Cabe recordar que en medio de la embriaguez modernista, iniciada en la mitad del siglo XX, la periodista Jane Jacobs enfrentó al modelo urbano que diseñaba ciudades extensivas que atomizaban la vida social. Urbanizaciones caracterizadas por abultadas autopistas y edificios gigantes que avasallaban Nueva York de la mano del planificador urbano Robert Moses. Uno de los cuestionamientos centrales de Jacobs a ese modelo era la ausencia de un mínimo esfuerzo por esmerarse para intentar comprender cómo funcionaban las cosas y cómo las personas; “las ciudades tienen preocupaciones económicas y sociales”. Las ciudades son interpretadas sobre la primera impresión de las cosas, aislando a la gente dentro de un papel secundario en el engranaje funcional y fenotípico de la ciudad.
Una muestra de lo anterior es la tendencia, desde los tiempos de Jacobs hasta nuestros días, por inferir que entre más tráfico se genera en las calles más espacio se brinda al automóvil. Cincuenta años después de las conclusiones de Jacobs continúan la construcción de los segundos pisos y viaductos elevados en la Ciudad de México, y otras ciudades son muestra de que seguimos sin entender el problema. En tanto el arquitecto danés Jan Ghel afirma que sabemos más sobre cuál es el mejor hábitat para un gorila siberiano que para el homo sapiens. Las ciudades influyen en el comportamiento humano de cómo nos relacionamos entre nosotros y cómo con la ciudad, “primero modelamos las ciudades y luego ellas nos modelan a nosotros”. Físicamente, donde mejor se expresa esta serie de ideas, es el espacio público. Como escenario donde la vida social se hace vida y una ciudad a escala humana rompe las sugerencias de aislamiento y contención de la convivencia social. Es ahí, en el espacio público, donde se pluraliza las posibilidades de encuentro y conflicto con otras “proporciones con las que entra en juego”. Finalmente, la escala humana es propiamente la contribución de las personas a su idea de ciudad; su actitud frente a la convivencia y el conflicto; y su relación del espacio público es el modo de verse a sí mismo.