Nada tiene de nuevo reconocer que el Taller de diseño constituye la columna vertebral de la carrera de arquitectura. Lejos de las incongruencias que ello implica, ya que en la práctica solo un porcentaje mínimo de arquitectos se dedica realmente a la actividad proyectual, es un hecho que el taller es la base de la formación del arquitecto peruano y es inconcebible que esto pueda ser de otra manera. En este sentido, el profesor del taller representa (o debería representar) la crème de la crème de su respectiva universidad; el docente mejor cualificado, con un amplio espectro de conocimientos fuera de los estrictamente proyectuales que le permita establecer sinergias con los otros cursos; y sobre el que recae una enorme responsabilidad en la formación de los futuros arquitectos.
Sin embargo, no todas las experiencias del taller son realmente positivas. Muchas veces estas pueden ser en extremo traumáticas, construirse a partir de una ilusión, que descubriremos como falacia en el futuro, o ser simplemente una pérdida de tiempo. Dicho esto, presentaremos los tres peores tipos de profesor de taller que un alumno podría encontrarse durante su paso por la universidad y cómo sobrevivir a la experiencia.
Puesto n°3 – La Estrella
Muchos creerían que tener un starchitect como profesor del taller de diseño es equivalente a ganarse la lotería. Nada más alejado de la realidad. Si bien el starchitect es casi siempre la mejor opción dentro del abanico docente, algunos pueden ser unos verdaderos “flautistas de Hamelín”. La lógica comercial dentro de la que se mueven, los obliga, en la mayoría de casos, a construir un discurso personal que diferencie su producción con la de sus competidores y por consecuencia a inventarse una visión personal (y arbitraria) de la arquitectura, con la que venden y se venden. Son, antes que arquitectos y docentes, una marca. Si un cliente puede permitirse un Picasso o un Dalí; su equivalente dentro de la oferta arquitectónica nacional sería a elegir entre una casa “Cubo blanco” o una casa “Machu Picchu”. Dos polos opuestos tanto teóricos como prácticos. Dos visiones distintas de una misma realidad, la “arquitectura peruana”.
El problema reside justamente en el hecho de que cada uno cree tener; primero, la verdad, y segundo, la autoridad para esparcir a diestra y siniestra su visión particular de la arquitectura peruana. Lo que evidentemente genera en los alumnos una comprensión equivocada de una realidad tan compleja como la nuestra. Entendamos que su discurso no es resultado de un análisis y teorización exhaustiva sobre el Perú, sino una demanda del mercado en el que ellos se desarrollan. En efecto, si los gustos de la gente cambian, el discurso también tendría que cambiar para mantenerse vigente (Basta ver las mutaciones discursivas a lo largo de los años de arquitectos como Koolhaas). Por otro lado, si el discurso es ya cuestionable, lo es, en mayor medida, sus resultados formales. La estética de “la marca” prima sobre cualquier otro criterio urbano-arquitectónico. Es así que “el cubo blanco” se asienta en el desierto, en la ciudad, en el campo y sobre el agua; con un desconocimiento absoluto del contexto evidenciando una ceguera voluntaria en aras de imponer un ícono reconocible que identifique a su autor.
En el taller de diseño, el reflejo de estas prácticas son casi siempre las mismas: En principio, el adoctrinamiento del estudiante, mostrándole una única “verdad” de la arquitectura peruana; en segundo lugar, los resultados formales, una entrega de taller con veinte maquetas iguales es evidencia del punto anterior; y por último, la imposibilidad del alumno para salirse del libreto y realizar su propia búsqueda teórica y estética, ante la amenaza de una mala nota si el resultado formal chirria en relación al resto de sus compañeros.
Sin embargo, no todos son aspectos negativos, la condición de starchitect del docente le permite en la actividad profesional poder desarrollar proyectos de alta complejidad y estándar. La práctica constante lo convierte casi siempre en un talentoso proyectista capaz de conseguir soluciones ingeniosas y la habilidad para transmitir aquellos conocimientos a los alumnos. Combatir estos docentes es bastante fácil: en primer lugar, no hay que creerles todo lo que dicen; hay que leer mucho sobre arquitectos que tengan visiones distintas para poder comparar; y, por último, simplemente ceñirse al libreto, siempre se puede aprender mucho de estos arquitectos.
Puesto n°2 – El Groupie
Lejos de las esferas de poder, en esas recónditas escuelas ubicadas en lo que llaman el interior, se encuentra la especie que ocupa el segundo puesto en la lista de los peores profesores de taller que se puede tener. Ojo, su existencia es solo posible por la deplorable calidad educativa de este país, donde se permiten escuelas como sucursales de hamburgueserías y donde a falta de profesores, buenos son la “hinchada” de exalumnos. Es en aquel escenario donde a recién egresados sin experiencia alguna se les asignan cátedras para las que evidentemente no están preparados. Con el único mérito de ser el alumno preferido del decano de turno, del director de escuela, o miembro vitalicio del partido de estudiantes gracias a haber permanecido en la universidad el tiempo suficiente como para terminar la carrera dos veces. Habiendo, sin lugar a dudas, egresados con mejores cualidades, son a estos a quienes ponen a dirigir talleres.
Este perfil de docente con poca experiencia, fácilmente impresionable y de poca relevancia intelectual durante su paso por la universidad, deviene principalmente en la ausencia de ideas propias. Siempre fue hincha de alguien y en consecuencia se comporta como una esponja, que absorbe todo lo que su ídolo o sus ídolos proclaman. Si su ídolo es un arquitecto vivo, mutará en relación a las mutaciones de su modelo a seguir. (Dios nos salve de los groupies de Koolhaas). Si su ídolo es un arquitecto muerto, quedará estancado en el tiempo. Tomará las enseñanzas de su maestro como una doctrina y será enemigo de todo cambio y de todo crítico que ose cuestionar los mandatos de su profeta. El ego descomunal es otra desventaja, están convencidos que tienen el puesto por mérito propio, quieren ser como su ídolo, se comportan como tal y visten como tal, se creen mejor que el resto y rehúyen al debate con quienes no comparten sus ideas, pues creen estar por encima y tener siempre la razón.
Talleres de este tipo, abundan en facultades mediocres. Se caracterizan por la variabilidad del discurso y de la metodología de enseñanza. Su poca experiencia les pasa factura, así como el tratar de forzar las ideas de otro a su propia realidad. El resultado es un remedo de talleres dirigidos por los starchitects, pero evidentemente sin la profundidad y la experiencia que ellos le otorgan. Combatir estos docentes es un poco más difícil dado que generalmente dirigen talleres iniciales donde el alumno sabe muy poco. Se dará cuenta después y aprenderá de la experiencia. Pero si tendríamos que mencionar algo positivo de estos docentes, serían las ganas. El entusiasmo de la juventud les permite, a pesar de los errores, ser empeñosos en lo que hacen. Trabajar y trabajar, dedicarle tiempo y tratar de hacer las cosas un poco mejor. Si con el tiempo se abren a las opiniones distintas, llegarán a ser grandes profesores; si no, darán paso al primer puesto de esta lista.
Puesto n°1 – El Último Recurso
Muchos años después, pasada la euforia de la juventud y habiéndose chocado innumerables veces con la realidad que les hizo darse cuenta que no llegarán a ser como sus ídolos, se construye aquel personaje que lidera la escoria docente. No se abrió al debate, no permitió posibilidades distintas, y muchos años después solo le quedó ser profesor. Enseñar es su último recurso. Es tal su frustración que lo único que hace es el mínimo indispensable para que no lo boten. Enseña poco, por no decir nada, pasa la mitad de la clase en el café y puede tener la misma diapositiva tres o cinco años sin modificación alguna. ¿Pero, por qué sigue allí? Por el dinero, no sabe hacer otra cosa y la paga no está mal. Hay un círculo especial en el infierno para este tipo de arquitectos que corrompen la docencia y la reducen a nada. Combatir a estos docentes es la tarea más fácil de todas. El alumno inteligente rápidamente se da cuenta que aquí pierde su tiempo. Si sabe aprovechar la situación emprenderá sus propias búsquedas y se convertirá en autodidacta. Decir algo positivo de estos docentes, es tarea complicada, pero hay una lección tan valiosa que nadie más les podrá dar: la convicción que, hagas lo que hagas, este es el tipo de arquitecto y profesor que jamás quieres llegar a ser.
Nota: El presente texto obtuvo la segunda mención honrosa en el I Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica, realizado en Perú, 2016.