La fotógrafa arquitectónica Mirna Pavlovic tiene una obsesión con los lugares abandonados. Para ella, su atractivo reside en su capacidad de existir en un plano temporal diferente a la realidad, tanto en el pasado como congelados en el presente.
"Estos lugares nunca están muertos, sin embargo, tampoco están realmente vivos", explica Pavlovic. "Se encuentran precariamente en la frontera entre la vida y la muerte, la decadencia y el crecimiento, lo visible y lo invisible, el pasado y el presente; los lugares abandonados confusamente abarcan ambas dualidades al mismo tiempo, dejando así al transeúnte común abrumado por su atracción y repulsión".
Para su última serie, Dulcis Domus, Pavlovic traspasó cercos y carteles de 'no pasar' para capturar los interiores de los antes gloriosos palacios, villas y castillos europeos que ahora han quedado abandonados y, lentamente, están volviendo a la tierra que existía antes de ellos. A través de la fotografía, Pavlovic cuestiona problemas sociales a través de un enfoque estetizado, que permite a los espectadores a "ver con nuevos ojos lo que yace bajo las manchas que pasamos diariamente".
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"A medida que el espacio público se privatiza y aumenta la restricción del movimiento urbano, se produce un estímulo abrumador para evitar la mirada", explica Pavlovic. "El mundo está estructurado para guiarnos, con semáforos, cruces de carreteras, caminos y rejas, áreas designadas para el juego, el trabajo y la muerte. Cruzar la frontera de las restricciones impuestas significa ir explícitamente en contra de creencias arraigadas, romper un contrato social que se sostiene en base a un miedo al castigo y mantener un cierto statu quo".
"Al final, los actos de transgresión y entrada ilegal en espacios abandonados se vuelven igual de incongruentes en naturaleza como los espacios siendo explorados. Extraviarse del camino tradicional, al igual que los lugares abandonos, se convierte también en un acto que es invisible y cada vez más presente. Ambos reprimidos y prósperos. Se convierte en un grito desesperado contra la desaprobación y la experiencia de ver, un grito de libertad en un mundo donde todo se prescribe, es regulado y se espera".
"El sin techo, el drogadicto, el ladrón, el graffitero; ellos se convierten en nuestros hermanos y hermanas en un exilio autoimpuesto. Para encontrar un nuevo hogar, reivindicamos los que una vez fueron llamados por ese nombre, reapropiarse no sólo la estructura en sí, sino también de su historia. De una manera casi prehistórica, se convierten en sitios de nuestra propia búsqueda de sentido, significado y la definición".
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