El día de ayer falleció el arquitecto chileno Abraham Schapira, dejando un legado lleno de inspiración para las futuras generaciones con aportes al mundo académico como la creación de la Revista AUCA en 1965 y la dirección del movimiento estudiantil que condujo al cambio de los planes de estudio de la Escuela de Arquitectura de la U. de Chile en 1946. Su estampa queda hoy plasmada en su obra arquitectónica construida en Viña del Mar que representó una contribución invaluable al desarrollo urbano de la ciudad jardín.
Miguel Lawner, ha compartido con nosotros un extracto del prológo que escribió en 2009 para el libro que reunía la obra del estudio Schapira Eskenazi. En él se daban a conocer los fundamentos de la obra profesional de Schapira junto a su esposa, la arquitecta Raquel Eskenazi, con motivo de los 50 años de su obra profesional.
Este tipo de empresa familiar es inimaginable en el actual mundo globalizado, con grandes capitales -a menudo foráneos- copando el mercado inmobiliario e intensificando la especialización de las actividades. Hoy día, el cliente sólo tiene acceso a oficinas encargadas del marketing, entendiéndose con sofisticadas promotoras o con anónimos gerentes, e ignorando a los autores del proyecto, que no tienen cabida ni siquiera en los avisos publicitarios.
A continuación los dejamos con parte de la vida y obra de Abraham Schapira, en las palabras de Miguel Lawner, su compañero de oficio e ideales.
SCHAPIRA ESKENAZI ARQUITECTOS, una oficina excepcional
Por Miguel Lawner
El 2 de Marzo de este año falleció Abraham Schapira, arquitecto titulado en la Universidad de Chile, de una brillante carrera profesional asociado con su esposa, Raquel Eskenazi, fallecida un par de años atrás.
Schapira Eskenazi no fue una oficina más entre las múltiples dedicadas a esta esfera de la actividad arquitectónica.
Se trata de una empresa excepcional en nuestro medio, caracterizada por el rol hegemónico que ejercieron los arquitectos proyectistas, quienes fueron capaces de abarcar el ciclo completo de un proyecto. Asumieron la adquisición de los terrenos; se preocuparon de reunir los capitales necesarios para financiar las obras; realizaron los proyectos de arquitectura y la coordinación con los asesores de especialidades; tuvieron a su cargo la construcción y la comercialización de las obras, y culminaron sus servicios echándose encima la extenuante responsabilidad de atender a los usuarios en la etapa de post-venta.
Parece increíble, pero esta oficina profesional operó exitosamente esta modalidad de trabajo, a lo largo de toda la última mitad del Siglo XX. Alcanzaron un prestigio indiscutible en el mercado inmobiliario por la alta calidad del producto entregado, por su honestidad, y por el sello personalizado que los caracterizó en el ejercicio de su profesión. Tal como lo manifestó Schapira alguna vez, muchos de los clientes se transformaron para siempre en sus fans, reincidiendo varias veces a lo largo de sus vidas.
Este tipo de empresa familiar es inimaginable en el actual mundo globalizado, con grandes capitales -a menudo foráneos- copando el mercado inmobiliario e intensificando la especialización de las actividades. Hoy día, el cliente sólo tiene acceso a oficinas encargadas del marketing, entendiéndose con sofisticadas promotoras o con anónimos gerentes, e ignorando a los autores del proyecto, que no tienen cabida ni siquiera en los avisos publicitarios.
Schapira afirma que “ninguna de sus obras fue merecedora de distinciones o premios ni portadas de revistas, ni debates teóricos de alta arquitectura”.
Es efectivo, pero no por falta de méritos para ser laureadas. Quizás las circunstancias políticas que confluyeron en el golpe de estado de 1973, llevaron a silenciar o ignorar la obra de un importante número de colegas supuestamente identificados con el régimen depuesto.
Para subrayar uno de los méritos no reconocidos de Schapira Eskenazi Arquitectos, mencionemos solamente la importante contribución proporcionada al desarrollo urbano de Viña del Mar, que hasta la irrupción de estos arquitectos, no accedía a la modernidad. Ellos fueron pioneros en advertir la demanda por la vivienda de veraneo, sumergida hasta entonces, y eligieron Viña del Mar cuyas condiciones naturales eran inmejorables para transformarla en la gran ciudad balneario de Chile.
El edificio Montecarlo fue el primero en abrir esta ruta a fines de los años 50. Situado en un predio de gran tamaño en la esquina sur oriente de calle San Martín y calle 7, con una inmejorable vista hacia el mar, los arquitectos entendieron que su lenguaje arquitectónico debía interpretar este carácter lúdico de un edificio destinado al descanso.
Concibieron así un largo bloque curvilíneo, cuya fachada consiste en un ritmo dinámico de Bow-windows convexos, separados entre si por un módulo loggia. Dicha fórmula se alterna en altura, logrando el efecto de cintas sutilmente onduladas que se entrelazan, y que los porteños identificaron rápidamente con el movimiento de las olas.
El éxito comercial del Montecarlo fue espectacular, sucedido por otras dos obras singulares levantadas en plena Avenida Perú: los edificios Ultramar y Atalaya, en donde los arquitectos llevaron al paroxismo el juego entre luz y sombra, mediante terrazas con voladizos muy pronunciados, que además se alternan en altura.
Nuevo impacto público, semejante al logrado por su antecesor el edificio Montecarlo.
La obra pionera de Schapira Eskenazi en Viña del Mar se cierra con el edificio Hangaroa, elegante estructura de 14 pisos constituida por dos cuerpos cóncavos con profundas terrazas continuas que gozan de una espléndida visión de la bahía.
No tengo conocimiento que las autoridades o la opinión pública viñamarina hayan otorgado algún reconocimiento a los arquitectos que le cambiaron la cara a su ciudad. Ni una palabra, ningún miserable galvano o diploma. Sin embargo, a partir de la obra desarrollada por ellos en la década del sesenta, otros arquitectos siguieron sus huellas innovadoras, multiplicando el pujante mercado habitacional desarrollado en la ciudad jardín durante los últimos años.
Con el paso del tiempo, la arquitectura de Schapira Eskenazi adquirió un estilo propio, inconfundible, caracterizado por el dinamismo de sus fachadas, con énfasis en el empleo de los planos curvos. El propio Abraham sostiene que "la incorporación de la curva en el lenguaje arquitectónico, ablanda la dureza de los volúmenes y los integra más a las formas naturales, que nunca son geométricamente lineales ni ortogonales".
El edificio situado en Avenida El Bosque 362 es muy expresivo al respecto, ya que su fachada poniente se trató con un juego continuo de curvas que se alternaron en cada piso, creando un alucinante ritmo de terrazas onduladas que llevó a un amigo cercano a calificar el edificio como erótico.
El juicio sorprendió a nuestro buen Abraham, autor aparentemente involuntario de tamaña audacia, pero después de volver a prestarle atención, concluyó que a su amigo no le faltaba razón, ya que el ritmo logrado en la fachada "podía asociarse legítimamente al de las caderas de una bailarina pascuense".
Abraham Schapira fue el conductor fundamental del movimiento estudiantil que impuso un cambio radical en los planes de estudio de la Escuela de Arquitectura de la U. de Chile, proceso conocido como La Reforma de 1946.
Diariamente se sucedían debates encendidos en el aula magna de la sede de la Escuela ubicada en Plaza Ercilla. Como siempre ocurre en los cambios de verdad, las viejas estructuras oponían férrea resistencia, y movilizaban en su favor a una minoría de estudiantes antirreformistas.
Un triuvirato de dirigentes estudiantiles presidía las discusiones: Hernán Behm, Gastón Etcheverry y Abraham Schapira, quienes permanecían en el estrado respondiendo los juicios adversos, o aclarando las dudas.
Behm venía a ser el D’Artagnan de este trío de mosqueteros. Un eximio polemista, incisivo e insuperable. Abraham aparecía en cambio como el teórico del lote. Un espadachín sereno, provisto de una argumentación irrefutable. De pie frente al pizarrón y tiza en mano, dibujaba diagramas y esquemas esclareciendo el contenido del nuevo plan de estudios. Etcheverry, permanecía mudo, acodado sobre el piano de cola; cabía suponerlo como el hombre de las bambalinas, conspirando en la sombra.
Una vez aprobado por el Consejo Universitario el nuevo plan de estudios, -el mas trascendental suceso en la historia de la enseñanza de la arquitectura en Chile-, los experimentados dirigentes estudiantiles debieron asumir muy pronto responsabilidades docentes.
Schapira fue nombrado ayudante del curso de Análisis Arquitectural y Urbanístico en primer año, cuyo profesor fue el arquitecto húngaro Tibor Weiner, maestro para toda nuestra generación, quién concibió un curso en base a los postulados de la Bauhaus..
Con muy justa razón, Abraham Schapira se califica como padre e hijo de la Reforma. Su vocación docente era indiscutible, y solo fue tronchada por el infortunado desenlace del conflicto desatado en la Escuela el año 1963, que lo llevó a renunciar a la Universidad junto a la mayoría de los profesores que habían implementado el exitoso plan de la Reforma.
Como no hay bien que por mal no venga, ese mismo conflicto del 63 trajo consigo una iniciativa en la que Abraham jugó un rol relevante: la creación en 1965 de AUCA, revista de arquitectura de la cual fue designado su director, cargo que ejerció hasta 1973.
AUCA permitió sostener cohesionado al cuerpo de profesores que habían renunciado a la Universidad, manteniéndonos atentos al devenir de la arquitectura aquí y en el resto del mundo.
Abraham manifestó lo siguiente en un libro que publicó años atrás “AUCA vino a llenar para mi, otra vez, íntimas aspiraciones, no por su representatividad, sino porque nuevamente pude disfrutar del goce favorito de expresarme literalmente con mis medios, mas allá del tablero de dibujo”. (1)
Hoy día 3 de Enero, fue sepultado, un arquitecto autor de una obra profesional irreprochable, siempre creativa, que honra nuestro noble oficio.
Referencias Biliográficas:
(1) Crónica cincuentenaria: Oficina SEA, Schapira-Eskenazi Arquitectos. Edición restringida de 200 ejemplares. 2009.