La historia de las ciudades impregna sus calles, todo tránsito deja su huella, y las calles de México han aprendido a dar lugar a una gran variedad de pasos, pero aún con el frenesí urbano de hoy en día y los movimientos interminables de sus habitantes, sus calles llevan treinta años dando cuenta de lo que sucedió una mañana de septiembre en 1985 tan fielmente como si aquel acontecimiento hubiese sido el único por contar. A las 7:15 de la mañana, el 19 de septiembre de 1985, México se vio sacudido por el sismo más intenso de su historia, de 8.1 grados en escala de Richter y con epicentro en las costas de Michoacán, sus secuelas no solo agrietaron los pavimentos de las banquetas en la ciudad de México; sacudieron la realidad mexicana desde sus profundidades y reorganizaron la manera de vivir la ciudad.
Hoy, 19 de septiembre pero treinta años después, nos unimos con estas palabras a la conmemoración del aniversario 30 del Terremoto del '85 en México.
A tres décadas de este acontecimiento, no solo recordamos uno de los momentos más duros para el país, sino que nos proponemos repensar la manera en la que hemos aprendido a vivir la ciudad tiempo después. Los hábitos que visten las calles, las caras que de repente se repiten en nuestros caminos de siempre y los lugares que frecuentamos en la ciudad son ejemplos de momentos que nos muestran un presente eterno del Distrito Federal, un momento que parece suspendido en el que todo ha sido siempre igual, es difícil entonces imaginar una semana en que todo se detuvo después de dos minutos llenos de memoria.
Fueron esos dos minutos, y las réplicas que llegaron eventualmente, motivo de transformación en México, en ese entonces gobernado por Miguel de la Madrid. Podemos hablar del país que vivió el terremoto como uno donde la devaluación de la moneda nacional y la crisis que venían arrastrando desde 1982 eran palpables; la escasa atención a las precauciones para lidiar con estos desastres era una realidad; y el panorama de estabilidad para la mayoría de los habitantes del país no era favorecedor. Fueron tiempos difíciles, pero esto no impidió que los ciudadanos se movilizaran para resolver las necesidades a las que el gobierno no pudo responder con la inmediatez que la situación ameritaba. Con brigadas de rescate y de auxilio fue que el terremoto provocó la movilización de los ciudadanos, que horas después del sismo estaban trabajando por rescatar a quienes habían sido afectados por alguno de los más de cinco mil inmuebles dañados en la capital del país.
Hoy, treinta años después, el proceso de rescate sigue activo, ahora y desde hace algún tiempo los ciudadanos rescatan y reconstruyen la memoria de la ciudad entera a partir de los vestigios que el terremoto dejó atrás.
En la Ciudad de México se calcula el desplome de aproximadamente 400 edificaciones a causa del sismo y sus réplicas. El derrumbe de sitios como el Hospital General de México, el edificio Nuevo León del Conjunto Habitacional Tlatelolco, el Multifamiliar Juárez y la sede de Televicentro (hoy Televisa) se recuerdan como si el peso bajo el que cayeron, los sostuviera hoy en el recuerdo de la ciudad. Es a partir de esta nueva comprensión del rescate y la rehabilitación que, sitios desarticulados de la dinámica de la ciudad después del terremoto, hoy son referentes de espacios públicos en el país entero.
El área comprendida por las secciones de la Colonia Roma fue una de las que se vieron envueltas en este proceso. Pensada originalmente como un asentamiento para las clases altas de la ciudad, a principios del siglo XX esta unión entre Roma Norte y Roma Sur fue diseñada con inspiraciones francesas visibles en sus bulevares y amplios camellones. Aún en ese entonces el potencial de la zona era alto para convertirse en punto de reunión dentro de la ciudad, después el espíritu de la modernidad quiso encontrar su lugar en esta zona. Varios edificios de departamentos comenzaban a emplazarse en los espacios que se abrían a una ‘nueva era’. Algunas casas, incluso del arquitecto Adamo Boari, desaparecieron para dar lugar a edificios de oficinas y multifamiliares. De repente la Roma se descubría concurrida y confundida, comenzaba a despegar el vuelo a la modernidad en paralelo con otras zonas de la ciudad, como Tlatelolco. Algunos años después: el terremoto.
Algunas de las calles más importantes de la Roma, como San Luis Potosí, Tonalá, Tehuantepec, Álvaro Obregón y Colima sufrieron daños monumentales. Edificios enteros se desplomaban y con ellos el sueño del porvenir moderno como se había planteado. Con varios desafortunados decesos, los sobrevivientes, habiendo perdido sus pertenencias o su seguridad, comenzaron a dejar la zona, la Roma se vaciaba y con ella se vaciaban también las posibilidades de rescatar el lugar.
Hoy, donde hace treinta años se montaban campamentos de auxilio en Álvaro Obregón, los peatones pasean por las calles perfiladas por locales de toda la variedad que una ciudad permite, casi ilimitada. Los que decidieron quedarse después del temblor fueron los autores de este giro de eventos, varios inversores decidieron rearticular la zona al destinar fondos a proyectos atractivos para la juventud que podríamos englobar en centros de consumo y centros culturales. En un trabajo de varios años se logró reinterpretar el valor de la zona que alguna vez fue la Roma, ahora como corredor cultural, lleno de librerías, cafés, restaurantes, centros nocturnos, la población de esta zona se ha diversificado y ahora se mantiene en constante flujo apostando por una visión fijada en la gentrificación.
Además de la colonia Roma, cargan con la memoria diaria del terremoto colonias como Doctores, Guerrero, Juárez, Centro, Morelos, Tepito, Condesa, Tlatelolco, Cuauhtémoc y San Rafael. Todas estas colonias han adecuado su recuperación a lo que les requiere su contexto, sin embargo, las zonas céntricas como Condesa, Roma y Cuauhtémoc, después de haber perdido entre el 50 y el 80% de su valor apenas unos meses después del sismo, hoy se cotizan en un 300% de su precio original. Con tecnologías telúricas consientes y el movimiento de los que viven la ciudad, se han convertido en espacios rentables, resignificados pero con el peso del pasado encima.
A partir de la crisis de 1995, la migración hacia el Distrito Federal se intensificó, jóvenes estudiantes y profesionistas veían en la Ciudad de México y sus calles un nuevo horizonte para la estabilidad. Comenzaron a llenar los viejos edificios y calles agrietadas con sus hábitos, aprovechando el fuerte espíritu innegable de la zona con respecto al espacio público.
La Roma, la Condesa, la Zona Rosa y varias colonias más, hablan del terremoto entre semáforos y voces de calle, los nuevos habitantes son el cuerpo en movimiento de la renovación de estas áreas. No es posible enfatizar lo suficiente en las secuelas que dejó el terremoto de 1985 en México, con mas de 12 mil decesos, familias fragmentadas, edificios devastados y un nuevo obstáculo dentro del ya difícil panorama mexicano, si hay algo que rescatar es sin duda el espíritu de la ciudad, el espíritu de los ciudadanos. Gracias a la apertura de posibilidades planteadas en aquel entonces sobre como hacer frente al terremoto es que hoy las referencias de vida nocturna y cultural se remiten al Distrito Federal. Estamos a treinta años de los sismos del ’85, y la reconstrucción continúa.