- Año: 2013
-
Fotografías:Roland Halbe
El Castillo de la Luz constituye para la ciudad de Las Palmas no sólo uno de los edificios más significativos de su patrimonio arquitectónico, sino un testigo de la propia memoria histórica del archipiélago. Su situación en la Isleta, punto de llegada de las flotas castellanas desde el siglo XV en que se funda la primera fortificación supuso la razón de su existencia y de su función defensiva que mantuvo hasta el siglo XIX. El paso del tiempo no solo ha afectado significativamente a su uso y conservación, sino también a su entorno más próximo: la antigua fortaleza de costa que quedaba rodeada de agua en pleamar, se ve hoy envuelta por las edificaciones del Puerto de la Luz y el avance de la ciudad hacia la Isleta.
El núcleo más antiguo lo constituye un pequeño torreón construido a final del siglo XV. Pocos años más tarde se amplió el volumen inicial hasta formar la planta cuadrada que posee en la actualidad. El espacio entre el primitivo torreón y los muros perimetrales quedaba terraplenado para mejorar su capacidad defensiva ante la artillería. La fortificación, pese a participar en hechos de armas a final del siglo XVI en los que resultó saqueada e incendiada, mantuvo en gran medida su estructura formal original hasta el siglo XX, cuando tras caer en desuso y en estado ruinoso, fue reconstruida en 1969.
¿Cómo debemos intervenir en un edificio de importante valor histórico, para transformarlo en un Museo del Mar dotado de las instalaciones y espacios que requiere una institución museística contemporánea?
La propia historia del Castillo de la Luz se convierte inevitablemente en argumento del proyecto. Si durante cinco siglos el espacio entre los muros exteriores y el torreón original ha permanecido relleno de tierra, nosotros no tenemos más que vaciarlo: recuperaremos la visión de la primitiva fortaleza, la transformaremos en protagonista del nuevo museo. Aparecerán de este modo espacios interiores que en realidad siempre habían existido, si bien habían permanecido ocultos a la vista. Reordenaremos el sistema de circulaciones para hacerlo apto para un museo, incorporando ligeras pasarelas, y una nueva escalera y ascensor. Eliminaremos finalmente todos los elementos añadidos recientes que no pertenecieron originalmente al edificio. Cubriremos los nuevos espacios con una losa de hormigón que se separa del antiguo torreón dejando delgadas fisuras por las que resbalará la luz natural al interior.
Más que reconstruir o rehabilitar el Castillo, lo habremos vaciado, nos habremos limitado a hacer visible su pasado esperando que el edificio, independientemente de las futuras colecciones que a él se incorporen, se exponga ante todo a sí mismo y a su propia historia.
Al exterior desmontaremos un falso foso perimetral de reciente construcción, liberando una amplia superficie de terreno a la cota original de la fortificación, lo que permitirá percibirla de nuevo en su dimensión real.
Un nuevo pabellón semienterrado aprovechará el desnivel que el crecimiento de la ciudad ha producido a lo largo de siglos, e incorporará aquellos espacios complementarios que necesita el museo: acceso, venta de entradas, publicaciones, aseos, almacén, instalaciones, y sala polivalente. La cubierta, una plataforma horizontal que apenas emerge del terreno, será la única huella visible de una intervención que no pretende competir con el Castillo al que sirve y complementa.
Enrique Sobejano
Fuensanta Nieto