Descripción enviada por el equipo del proyecto. El proyecto comienza cuando un matrimonio decide ocupar el campo. Sobre una pequeña casa de bambú y mampuesto dispuesta en el solar, sus habitantes deciden erguir sus sueños. Ellos, que con anhelo resuelven renunciar a gran parte de su mobiliario, objetos y formas de habitar su vida, se trasladan aquí. Al poco tiempo, las necesidades propias de la cotidaneidad sumado a las nostalgias de objetos de valor sentimental que dejaron atrás, comienzan a generar una demanda de espacio, sin que por ello se vea sacrificada esa ilusion por acercarse a la naturaleza y es ahí donde somos requeridos para interpretar el problema.
Decidimos generar la forma más simple posible que: al solucionar el programa arquitectónico, coexistiera sin confundirse con el elemento ya edificado. Se orienta este volumen hacia levante donde las vistas se disparan a una lejanía inspiradora. Esta disposición es perpendicular al elemento construido, permitiéndosenos una relación sutil entre los dos elementos edificados casi sin tocarse pero siempre mirándose.
La vivienda tenía que lucir la obra del maestro pintor Eduardo Kingman. Luego, la necesidad de generar una galería se convertiría en esencial. Habría, pues, que resolver una envolvente que al solucionar el programa arquitectónico hiciera las veces de lienzo.
El suelo de la región es cangahua (roca volcánica sedimentaria) lo que supone firmes cimentaciones y barro barato a raudales. Al aproximarse al solar, existen infinidad de pequeñas fábricas de ladrillo. Los adobes en dichas fábricas se apilan de canto para que no se deformen y sea cómodo transportarlos al horno para ser cocidos. Esta imagen tan potente de lo inacabado y tan mágica por la imposibilidad de su contención se convierte en el lienzo hecho a mano para las obras del maestro (que tantas manos pintó)
La mampostería de tierra supone la creación de cajas. Estos muros plegados encierran el programa arquitectónico. Así, el volumen preexistente se rehabilita al interior para albergar el dormitorio y las zonas más intimas de la vivienda. Luego, el nuevo volumen alberga las aéreas sociales: cocinar, comer, estar. De esta manera, los pliegues de barro se convierten en expositores constantes de la galería y los pliegues de vidrio son los expositores del entorno hacia el exterior y de los muros hacia el interior.
Cuentan los hacedores del oficio: Trabajo en tierra, buenas botas y buen sombrero. Así pues, había que solucionar el muro desde la cimentación hasta la cubierta. Sobre un zócalo de hormigón armado se aísla el adobe del suelo. Este elemento alberga las instalaciones eléctricas e hidráulicas evitando así que pasen por el adobe.
El problema del aparejo a sardinel es su falta de traba. Para solucionar esto se idea un sistema de refuerzo en las esquinas y extremos de los muros que consiste en agrupar los adobes en {sillares} confinándolos entre pletinas metálicas, haciéndolos trabajar monolíticamente.
Finalizados las esquinas y extremos se completa el muro hilada por hilada colocando armadura horizontal de 4mm solidarizada con las pletinas de los sillares. Se ata el muro verticalmente mediante cables de acero que conectan el zócalo con la coronación de hormigón del muro. Finalmente, se reviste el muro con resina para cuidarlo del desgranamiento.
Desde luego que los muros tenían que ser resueltos, los pilares siendo tubos reciclados del oleoducto son más baratos y había que calcular los perfiles metálicos. Sin embargo, la técnica, herramienta fundamental de nuestro oficio, nos ha permitido conseguir nuestro principal objetivo: crear la atmosfera de un espacio que produce la luz al bañar unos muros de barro.