La destrucción de un edificio histórico, de un lugar en que se ha transmitido el saber de un ars, de una τέχνη, en que un artesano ha vivido y operado ignaro de la existencia de la historia, la industria, el scientific management, alejado de una leyes económicas que la prostitución del lenguaje insiste en llamar democráticas, un lugar en que el tiempo se ha depositado oscureciendo los días, es comparable a la destrucción de un libro.
Como dice Fernando Baéz en su excepcional Historia universal de la destrucción de libros, la destrucción de los libros –que ha periódicamente ocurrido y sigue ocurriendo, incluyendo entre los ordenantes de la destrucción a personas de la cultura como René Descartes, David Hume, Martin Heidegger, Vladimir Nabokov (quien quemó el Quijote ante más de seiscientos alumnos) –representa la aniquilación de la memoria, del patrimonio de ideas, la destrucción de lo que se considera una amenaza a un valor superior, perpetrada a través de un medio considerado sagrado.