La protesta, que antes se consideraba en gran medida como una actividad marginal perteneciente a extremistas apasionados, se ha convertido, tras el ascenso al poder de una nueva y controvertida administración en Estados Unidos, sumado al creciente interés por la política mundial, en un acontecimiento usual. Con un número de participantes cada vez más amplio, acarrea una nueva necesidad urbana que incluye espacios para reunirse y desplazarse en masa. Este revitalizado interés en la protesta tuvo su momento de auge adquiriendo una gran visibilidad en una fecha particularmente histórica: el 21 de enero de 2017, donde un récord de 4,2 millones de personas salieron a las calles en todo Estados Unidos para ejercer sus derechos de primera enmienda.
Si bien las marchas de mujeres tuvieron lugar en espacios tan variados como la Tundra congelada (existiendo evidencia fotográfica de científicos del Círculo Polar Ártico) e incluso salas de Hospitales para el tratamiento de cáncer en Los Ángeles, la realidad es que en su mayor parte, estas protestas ocurrieron en las calles. En los primeros meses de 2017, las calles de las ciudades se convirtieron repentinamente en el centro de atención de las pantallas de todo el mundo. De Washington a Seattle, de Sydney a San Antonio, de París a Fairbanks, los bulevares anchos y las calles principales de las pequeñas ciudades se transformaron de espacios de circulación a lugares de resistencia. Desde la Marcha de las Mujeres en Washington hasta la Marcha Popular por el Clima en abril, los manifestantes han buscado un espacio para reunirse y abogar por los temas que más importan mundialmente.